lunes, 26 de diciembre de 2016

Noches vencidas

La noche los reencuentra a los dos en una cocina vacía alrededor de las tres de la mañana. Ella iba a servirse un vaso de agua para ayudar a bajar el alcohol de la cabeza. Él la seguía, en una casualidad fingida, para hacer lo mismo.

Me contaron que te fuiste a Gesell, yo quería ir pero tenía el ingreso y no daba ya empezar faltando. Risas. Sí, fuimos con las chicas, lo veníamos organizando desde hace mil años; igual te digo, no sé qué fue más quilombo, si la semana allá u organizarlo. Más risas.

Conversaciones como esa, habían vivido millones. Se conocían hace poco más de un año. Para cualquiera capaz es poco, pero para una relación como la de ellos, era una eternidad. Una relación en donde todo es química. Todo cuestión de piel.

Y se conocían. Más de lo que creían y definitivamente más de lo que buscaban. Ella sabía que cuando él decía poco era porque estaba distraído, que cuando miraba a los costados y se sonreía era porque algo que ella había dicho lo había hecho reír de verdad y que cuando la agarraba de la cintura no le importaba nada más. Él sabía que si ella hablaba rápido y gesticulaba demasiado era porque estaba nerviosa por algo, que si no lo miraba a la cara esperaba que él la buscara y que si se sonreía no hacía falta decir mucho más.

Todo cronometrado. Casi como de memoria. Hasta que cambió.

No da. ¿Por? Porque no, no me pasa. ¿Y antes sí? Y sí, pero ya no me pasa más, no estoy para esto y me parece que vos tampoco.

Y la verdad es que ninguno de los dos estaba más para eso. Verse y estar. Esa relación que era casi como un trato silencioso. Sin exigencias, sin compromisos. Casi como el amor pero sin lo complicado. A ella la había ayudado a ponerle una cara y un nombre a esa necesidad de querer y que la quieran, al amor en sí. A él le había curado las inseguridades, le había dado la certeza de contar con alguien sin tener que arriesgarse. Pero, casi sin darse cuenta, habían dejado de sentirlo. Era un amor vencido.

Después de eso, él salió de la cocina, casi como haciéndose el difícil, ella no salió hasta terminar el vaso de agua. Pero no había mucho más que decir. Era bastante claro y hablar de sentimientos entre ellos no tenía mucho sentido.

Diez minutos y él y sus amigos se estaban yendo, la joda ya estaba oficialmente fundida y ciertamente no tenían mucho más que hacer ahí. Se lo veía en la puerta presionando al amigo para que agarrara las cosas y no la alargara que estaba cansado. Enojado. De que otra vez lo hubiesen rechazado, y porque había estado convencido de que cuando eso que tenían terminara iba a ser él quien lo cortara. Pero en el fondo sabía que ella tenía razón. Ni siquiera sabía por qué lo seguía haciendo, ya era más por costumbre que por querer. Porque ¿por qué no? Le gustaba y todos necesitamos de eso una vez cada tanto.

Ella reapareció en un sillón, como si el viaje a la cocina la hubiese avejentado diez años. Siempre había pensado que iba a ser él el que cortara todo, porque ella se lo había propuesto mil veces y nunca había podido. Porque tenerlo a él era mejor que no tener a nadie. Porque le gustaba, pero le gustaba todavía más la idea que se había hecho de él. Más todavía que la quisiera.

En lo único que coincidían es que a los dos un poco les dolía. Nunca se habían rechazado entre ellos y que pasara ahora claramente significaba que ya no daba para más. Y recién ahí se daban cuenta que era algo que tenían tan incorporado que perderlo resultaba más doloroso de lo que pensaban. De repente creían que entre ellos podía funcionar. Que podían ser más que cosa de un par de noches. A la larga, los dos querían lo mismo, jugársela por alguien que quisieran de verdad, y funcionaban tan bien así que cómo podía salir mal de otra forma.

Pero en el fondo sabían que no. Porque tenían claro el papel que jugaba el uno en la vida del otro. Se habían dejado moldear. Ella se había convertido en lo que él quería y él había hecho lo mismo para ella. Era un comodín. Un pacto implícito en el que encontraban en el otro lo que no podían encontrar en el resto. Pero tenía fecha de vencimiento y el comodín sólo aparece dos veces en toda la partida. Empezar una relación basada en una con las noches contadas no hubiese funcionado nunca. No para ellos. No en ese momento. Por el simple hecho de que juntos no servían para eso. Porque no siempre se puede hacer funcionar.

Ahora les tocaba jugar sin comodín. Y sí, es mucho más difícil. Pero ganar una partida con comodín no se siente ni la mitad de bien que ganarla con la carta que corresponde. Y si había algo que habían aprendido juntos era eso. Se pierde y se gana. Juntos no perdían pero tampoco ganaban. No de verdad.

Entonces el juego empezaba ahí. Y, ¿quién sabe?, tal vez la vida los volviera a reencontrar en una cocina vacía a las tres de la mañana porque cada mano te sorprende. Mismas cartas, distinta la forma de mirarlas. Con las personas pasa lo mismo. Hay algunas que están destinadas a volver a aparecer. Nunca se sabe pero siempre sorprende. Y si había algo a lo que estaban acostumbrados ellos, era a encontrarse y hábitos así no se pierden tan fácil.

sábado, 26 de noviembre de 2016

Figurita Repetida

No te quiero querer más. Porque con vos es siempre lo mismo. Y lo mismo aburre y cansa. En este caso también duele.

No sé por qué no me di cuenta antes. Capaz porque me da demasiado miedo admitir que en el fondo me cuesta soltarte. Porque aunque me hagas mal, me hace bien que estés ahí. Siempre presente en el limbo constante de mis afectos.

Aunque ya ni siquiera estoy segura de quererte de verdad. Me parece que te quiero por costumbre. Costumbre de escuchar tu nombre y levantar la cabeza, costumbre de escuchar a alguien con voz parecida a la tuya y darme vuelta a buscarte, costumbre de que me dejes quererte sin quererme de vuelta.

Te quiero porque, ¿por qué no lo haría? Te quise y te busqué por tanto tiempo que ya ni siquiera sé quién soy si no te quiero.

Soy como un albúm vacío que no se entiende por incompleto. Y vos, obviamente, sos una figurita. De esas que uno busca por muchísimo tiempo y compra paquetes en mil lugares distintos con el simple objetivo de encontrarla. Y a la larga te encontré, y me gustaste tanto que ya no me importaba llenar el albúm, sólo me importaba esa figurita.

Di tantas vueltas para encontrarte, que en todo ese laberinto me fui perdiendo a mí. Me perdí y me olvidé que lo importante no es la figurita, sino el álbum. Porque vos sos solamente una figurita repetida mil veces, pero todavía me faltan otras miles y el objetivo no es tenerte.

Entonces no quiero quererte más. Porque figurita repetida no completa álbum y confío en que, si dejo de buscar la misma figurita, pueda encontrar las que me faltan para estar un poco más cerca de completar el albúm. Y, no sé, si tengo suerte capaz ahí me pueda volver a encontrar a mí.

sábado, 19 de noviembre de 2016

Porque a saltar al vacío se animan pocos

Mi abuela siempre fue de esas mujeres lindas que iba por la vida enamorando a más de uno. Tenía varios pretendientes, de todos los tipos. Pero a ella nunca le interesó. Se jactaba mucho en eso pero realmente no le importaba demasiado. Porque ella tenía claro lo que quería. En realidad, tenía claro a quién quería.

Mi abuelo. Uno de los varios pretendientes, aunque el que tenía las menores oportunidades de lograr algo. Familia de clase media baja, pero con una personalidad y un encanto único.

A la larga, se casaron y nacieron mi tía y mi papá. Mis abuelos trabajaban y sus hijos los ayudaban después del colegio. No tenían una vida lujosa pero vivían bien y con eso alcanzaba.

Los años pasaron, algunos mejores que otros, pero juntos. En algún momento determinado mi tía y mi papá se recibieron y empezaron a trabajar, a formar su propia vida. No sabría decir si fue en ese momento, antes o después, pero mis abuelos se distanciaron. Él nunca perdió ese toque de mujeriego y ella se moría porque no podía perder ese amor que la ataba a mi abuelo. Se terminaron separando porque para que las cosas funcionen necesitan amar los dos.

Mi papá y mi tía se casaron y mi abuelo seguía paseando para ver a quién conquistaba esa vez. Nacimos mis primos y yo, y mi abuela nunca superó a mi abuelo. Para ella, él era su único amor y siempre que estábamos juntas me contaba cuánto lo extrañaba y lo mucho que lo odiaba por extrañarlo de esa manera. Lo mucho que lo odiaba porque decía que era culpa de él, que ella no pudiera haber rehecho su vida.

Siempre que habla de él, lo llora. Lo llora porque es el amor de su vida, el amor que nunca la quiso tanto como ella a él y lo sabe. Lo llora porque sabe que ama a alguien que se quería más a si mismo, y porque ella había dado todo por él mientras que él no le supo dar lo mismo. Capaz no por falta de amor, pero simplemente porque hay personas que no saben como dar todo por alguien.

Mi papá repitió la historia de mi abuelo. Se casó, se separó y le rompió el corazón a mi vieja que lo lloró por años. A diferencia de mi abuela, mi mamá lo superó. Rehízo su vida y hoy es más feliz que lo que podría haber sido con mi papá, porque no eran compatibles. Porque a veces no importa la cantidad de veces que uno intente hacer que las cosas funcionen, no siempre salen como queremos.

Desde chiquita vivo asustada. Asustada de repetir la historia que ya se repitió una vez. Asustada de repetir el papel de mujer que ama demasiado a alguien que nunca daría lo mismo. Asustada de amar tanto a una persona que no pueda ser capaz de avanzar con mi vida. Asustada de ser la que ama con más fuerza.

Es un miedo sin fundamento, ya sé. No voy a repetir la historia de mis abuelos o de mis viejos por el simple hecho de que a ellos les pasara. Pero me puede pasar, porque así como les pasó a ellos, les pasa a montones de personas. Y honestamente no quiero.

No me da miedo amar en sí, tampoco es algo que pueda controlar. Creo que el miedo está en que no me quieran tanto como yo quiero, o en que simplemente no estén dispuestos a sacrificarse por estar conmigo. Pero eso tampoco lo puedo controlar. Porque, en realidad, en el amor uno no controla nada.

Cuando amas a alguien lo haces sin pensarlo, y saltas al vacío confiando en que la otra persona salte con vos. Y pasa. A veces sos el que se lanza primero y a veces no. A veces te acobardas y no te lanzas o se acobarda el otro. Y a veces, muy de vez en cuando, te lanzas al mismo tiempo que la otra persona. Nunca podés saber y no se puede evitar.

Pero supongo que el amor es eso. Es saber superar todo ese miedo a repetir historias y a amar con más fuerza, y lanzarse. Confiar en que va a salir bien, incluso conociendo de memoria todas las formas en las que puede salir mal.

martes, 18 de octubre de 2016

Cuarenta y tres

Qué feo es dejar atrás. Personas, lugares, sensaciones, todo. Lo hacemos constantemente, a veces hasta sin querer y nos damos cuenta cuando lo único que queda en nosotros es el recuerdo y ese sentimiento de presión en el pecho de saber que no vamos a volver a vivir algo así.

Nunca me gustó el cambio, soy de esas desconfiadas que le temen a lo que está por llegar por el simple hecho de que en el fondo se acostumbraron demasiado a lo que tienen ahora y no quieren perderlo. Pero es inevitable. Dejamos cosas atrás constantemente y adquirimos nuevas. Cosas nuevas que, a veces, hasta son mejores que las viejas sólo que en aquel momento no podíamos ver a través de la melancolía.

Soy consciente de la lógica del cambio y siempre defendí el "lo mejor está por llegar", pero cuando llega el momento de ponerse los pantalones y afrontar la perdida de las cosas que uno más quiere es cuando dudo de todo. Y verlo venir es peor, saber en el fondo que no podés hacer nada para evitar que cambie todo. Estar constantemente con un reloj en el oído contando los días para cambiar otra vez.

Mi reloj hoy grita cuarenta y tres días. Sólo cuarenta y tres días para tener que dejar ir al lugar y las personas que me acompañaron por trece años de mi vida, con todo lo que eso implica. Cuarenta y tres días y nada más, para terminar la secundaria, dejar el colegio y, más importante, el aula con toda esa gente que sabe perfectamente cómo soy y qué hacer para que esté bien. La gente con la que me reí, me precupé, lloré y grité la mayor parte de mi vida.

Y no me malinterpreten, siempre quise crecer y hacerme cargo de mi vida pero tener que dejar todos esos momentos, lugares y personas como parte de la etapa de mi vida que estoy dejando atrás, es una de las cosas más difíciles que tuve que hacer en mucho tiempo.

Cada vez que nos damos cuenta de que nos queda menos tiempo para dejar de vivir lo que vivimos casi toda nuestra vida, la mayoría de mis compañeras lloran y nos abrazamos como si no hubiera mañana. Personalmente, todavía no lo pude llorar. Claramente no es porque no lo sienta, pero creo que mi cabeza está tan negada a aceptar ese hecho que se niega a permitirle a mi corazón sentirlo hasta que sea inminente.

Y, honestamente, no sé si estoy lista para aceptarlo. Porque sé que una vez que lo lloré, va a ser real de verdad y no hay nada que quiera menos.

jueves, 22 de septiembre de 2016

¿Desde cuándo camino por la sombra?

De la parada del colectivo a mi casa hay dos cuadras por avenida. Una avenida a la que, un día como hoy, el sol le pega de lleno. Y en días como hoy, que vuelvo del colegio probablemente agotada, no hay nada que me alegre más que ir caminando abajo del sol esas dos cuadras. Un poquito de viento y esa picazón suave del sol en la cara. Sin calor y sin frío. Típica primavera.

Hoy es igual a todos esos días pero no. Porque por alguna razón desconocida los rayos del sol me empezaron a dar directo en los ojos y ya no era una sensación cálida sino incómoda. De repente sentí la inmensa necesidad de dar un paso al costado y caminar esas dos benditas cuadras por la sombra. Necesitaba un respiro.

Y en realidad no lo podía creer (todavía no lo entiendo). Toda la vida me gusto caminar por donde pega el sol. Es como que me alegra, no importa cuán mal esté, siempre me cambia el humor para bien. Pero esta vez no, me agobiaba y necesitaba correrme, esquivarlo a toda costa. Necesitaba salir.

Pasa con todo. Cada tanto siento la necesidad de parar. Como si pudiese frenar el tiempo, salir de mí misma y mirar todo desde afuera. No necesariamente porque algo esté mal sino porque siempre lo mismo aburre y también ahoga. A veces hace falta dar un paso al costado y frenar, aunque sea dos segundos. O dos cuadras.

Probablemente la próxima vez que vuelva caminando y tenga la suerte de que sea un día de esos lindos de verdad, vuelva caminando como lo hice siempre. Porque caminar abajo de la luz del sol me sigue gustando y eso lo tengo claro. Pero una cosa no quita la otra.

Creemos que la sombra es peor, que en la oscuridad uno no tiene claridad. Pero nos olvidamos que en exceso y a la larga mucha luz puede cegar. Y al final de cuentas, a veces uno ve mejor en la sombra que rodeado de tanta luz.

lunes, 8 de agosto de 2016

Dieciséis

Cuando teníamos catorce, mis amigas y yo empezamos a leer todas esas sagas eternas de libros de aventura y romance que nos encantaban y que tenían algo en común: la protagonista (casi) siempre era una chica dieciséis. Una chica con una vida totalmente común hasta que un día mágicamente conocía al chico perfecto que terminaba siendo el amor de su vida, encontraba que tenía un poder sobrenatural, una historia familiar oculta o todo junto.

Entonces, llegamos a la conclusión de que los dieciséis era la edad en la que "te pasaban las cosas". Que te pasaban todas esas cosas que sólo ves en películas y libros, y que en ese momento resultaban casi imposibles. Nos desesperamos por cumplir dieciséis en la esperanza de tener una vida digna de una saga de cinco libros mínimo.

Naturalmente, los dieciséis nos llegaron a todas. Y así como llegaron también se fueron. Personalmente, no sé si fue un año especial o digno de libro best-seller, pero si me di cuenta de algo: no existe una edad en la que "te pasan las cosas" sino que las cosas pasan cuando hacés que pasen. Por cumplir años no me iba a caer un novio del cielo ni me iban a regalar una habilidad sobrehumana. Al escribirlo suena como algo obvio, pero ¿cuántas veces nos sentamos a esperar que el destino pusiera lo que queríamos en nuestro camino en lugar de trabajar para alcanzarlo?

No sé si existe eso que llamamos "destino", esa fuerza sobrenatural que supuestamente nos empuja hacia lo que va a ser nuestra vida, lo que es único para nosotros en el futuro y que en nuestra cabeza siempre es bueno o termina bien. Pero sí creo que hay cosas que tienen que pasar y cosas que no. Cosas que por más que busquemos incansablemente no pasan y cosas inesperadas que aparecen sin ser buscadas. Y también creo que hay situaciones en las que el "destino" nos deja elegir qué hacer o nos pone en la situación perfecta para alcanzar eso que queremos pero que no va a llegar sólo. Porque no creo que el "destino" sea una fuerza que trabaja sola y hace que las cosas pasen, sino que son oportunidades que se van presentando pero que si no hacemos nada para direccionarlas hacia lo que queremos, eso no va a pasar nunca.

Mirando para atrás, creo que los dieciséis fueron un gran año. Y creo que fue un año el que sentí y viví cosas que ya empezaba a pensar que no iba a vivir nunca. Pero hay algo que tengo claro y es que no fue la magia de los dieciséis la que logró todo eso. Sino que fui yo. Capaz estaba en mi destino, o capaz elegí yo, la verdad es que no sé, pero aprendí a dejar de esperar sentada a que "me pasaran las cosas", mientras el resto vivía la novela que yo me moría por protagonizar.

Me animé a hacer un montón de cosas de las que creí que era incapaz. No siempre conseguí que todo fuera como quería, pero la mayoría de las veces sí. E incluso aunque no me hubiesen salido como esperaba, no estaba mal porque sabía que había intentado que lo que quería pasara. Hasta diría que cambié, fui más valiente y más confiada de lo que creí que iba a llegar a ser. Me empecé a transformar en esa versión mía que secretamente admiraba y esperaba llegar a ser algún día.

Y si le cuento todas las boludeces que hice y las situaciones que viví a una escritora para inspirar un libro, probablemente no me de bola. Pero ya no necesito ni quiero que escriban un libro o hagan una película sobre mi vida, porque me cansé de mirar y esperar. Me cansé de ser el espectador. Porque una vez que sentís la adrenalina de vivirlo en carne propia, de estar dentro de la historia, no hay camino de vuelta a la silla vacía.

domingo, 29 de mayo de 2016

Me querés y me muero

Me encanta cuando me querés. Porque no me querés siempre, vos decidís cuándo y cómo me querés. Me gusta pensar que en alguna parte, muy a pesar tuyo, me pensás casi sin querer. Pero si lo hacés, ciertamente no lo demostrás.

Cuando vos querés, nos vemos. Y estamos. Y me mimás como si hubiésemos estado toda la vida, es natural. Cada beso, cada caricia, cada roze es casi como por costumbre, como si llevásemos años así y supieses justamente qué hacer para volverme cada vez más tuya.

Y al mismo tiempo, cada vez que estamos es como si no te fuese a ver nunca más. Como una constante despedida, porque nadie (creo que ni siquiera vos) sabe cuándo te voy a poder volver a ver o tener así. Queriéndome casi tanto como te quiero yo. O aunque sea fingiendo que puede ser así.

Me podés, y eso sí que lo sabés mejor que nadie. Nos vemos y me querés. A veces, hasta me dejo llevar y siento que yo te puedo tanto como vos me podés a mí, que no son sólo cosas de una noche que se repiten indefinidamente.

Me manejás como querés, porque sabés que contra vos no puedo y que si tengo que elegir entre miles, siempre te voy a terminar eligiendo a vos. Porque hasta parece que me conocieras, y me hacés creer que te conozco y que todo eso que vivimos tiene futuro afuera del boliche. Me ilusionas constantemente y yo no puedo hacer otra cosa que caer como una boluda una y mil veces.

Estamos una noche y me tenés toda la semana siguiente mirando el celular esperando un mensaje tuyo. Un simple mensaje que me indique que, aunque sea por dos segundos, pasé caminando por tu cabeza lo suficientemente encantadora como para que me mandaras un mensaje.

Obviamente el mensaje nunca llega. Ni el mensaje ni el más mínimo signo de interés. Como si todo ese cariño que parecía infinito hasta hace unos pocos días, se hubiese evaporado.

Después, bastante después de eso, escucho por boca de tus amigos que probablemente ese fin de semana salgan. Entonces armo tremenda movida para salir, en una casualidad fingida, al mismo lugar que vos, esperando una nueva oportunidad de hacer las cosas mejor. De convencerte, secretamenteme, de que vale la pena quererme.

A veces salís, a veces no. Pero cuando salís y nos vemos, es como si todo ese tiempo entre esa noche y la última vez que nos vimos nunca hubiese existido. Como si hubiese sido simple ilusión mía, y no que a vos no te intereso lo suficiente.

Me siento una boluda, eso está más que claro y ni me gasto en negarlo. En el fondo sé como son las cosas. Sé que lo que vos querés conmigo es sólo un ínfima parte de lo que yo quiero con vos. Pero al menos te gusto lo suficiente como para que quieras esa minúscula parte, en ese efímero lapso de tiempo.

Y en el fondo, muy en el fondo, que me quieras ese poquito me ilusiona. Me ilusiona a que, en algún momento indeterminado, después de tantos besos y mimos de noches eternas, ese cariño ínfimo vaya creciendo y se vuelva el cariño que tengo yo por vos. Que no me quieras cuando querés, sino que no lo puedas controlar y estés tan perdido como yo.

Ya lo sé, soy una tarada. A veces hasta me siento patética. Pero creo que este tipo de enganche no entiende ni de lógica ni de estupidez. Entonces yo tampoco. Y capaz, algún día, vos también puedas sentirte así de perdido conmigo. Porque perdernos juntos ciertamente sería mucho mejor que estar así de sola.

martes, 10 de mayo de 2016

El miedo duele más

El miedo mata. Y mata mucho más rápido e inconscientemente que muchos otros sentimientos. Es el peor tipo de arma. Principalmente, porque el miedo paraliza. Por miedo no te presentás para ese puesto que querés, no decís lo que de verdad sentís o simplemente no corrés cuando sentís que te van a robar. Es como que se apodera de vos, y pasas a ser otra persona, porque a veces ni pensar podés.

El problema con el miedo es que puede con todos. Te ataca. Y tiene tantos buenos fundamentos, tantas buenas razones por las cuales no deberías hacer eso que sentís o querés, que simplemente no lo hacés. Te paralizas, o haces todo lo contrario a lo que querías porque, según esa lógica, es lo mejor.

Creo que lo  peor de todo es que es inevitable y es una emoción que la mayoría de las veces puede por sobre la voluntad. Y nos afecta a todos. El desafío está, obviamente, en poder pasa por encima de eso y seguir lo que uno siente. No siempre va a salir bien, pero el "no" o lo malo que podría pasar usualmente ya lo tenés por sentado.

Me pasa muy seguido, a mí aunque sea, que muchas veces todas esas cosas de las que me arrepiento fueron resultados de tener miedo. Miedo al ridículo, a que me miren mal, a que me traten mal, entre otros. Porque el miedo es la causa y lo que vivís el efecto, y muchas veces no reconocemos que lo que pasaba era que teníamos miedo y simplemente no fuimos capaces de imponernos por sobre eso.

Personalmente, me considero una abanderada de defender lo que siento y que aconseja al resto a hacer lo mismo. Porque es lo que uno siente que le hace bien, que está bien. Lo que uno naturalmente consideraría como lo correcto. Pero al mismo tiempo soy una persona muy lógica y me cuesta mucho ir contra los hechos. Y creo que esa es una de las razones por las que el miedo casi siempre puede conmigo. Es tan real, tan convincente de que lo que quiero hacer va a terminar mal que, ¿para qué quiero a exponerme a eso? Si total ya sé cómo termina.

Y capaz a veces ese miedo, que creo firmemente que es peor que un sedante, tiene la razón en que las cosas pueden salir mal. Pero lo que no analiza y no sabe es como reacciona el resto a eso, y muchas veces el miedo está relacionado con cómo lo que hacemos va a afectar a la otra persona para con nosotros.

Con lo cual, me parece inútil. Y, honestamente, quiero dejar de arrepentirme de las cosas que hago. Quiero dejar de tener miedo de decir lo que siento, lo que me pasa. Porque, al final, uno se arrepiente más de no hacer las cosas que de hacerlas.Entonces yo prefiero arrepentirme de hacer algo que en ese momento sentí, a arrepentirme por haberle dejado al miedo el camino libre para matarme con mis propias acciones.


viernes, 15 de abril de 2016

Todo pasa

Somos esclavos del tiempo. Vivimos corriendo, esperando a que las cosas pasen. Esperando a tener cierta edad, a que sean vacaciones, a que sea Viernes, etc. No nos preocupamos por nada más que tener lo que no tenemos, lo que nos falta. Es como si el resto no importara. Ya esta. Ya pasó.

Pero también vivimos perseguidos por el tiempo, por las cosas que nos pasaron, lo que hicimos y lo que nos hicieron. Y cómo nos gustaría que ciertas cosas hubieran sucedido, o qué nos gustaría haber hecho diferente.

Es como un perro que corre su propia cola. Se la pasa corriendo en círculos intentando atraparla y, al mismo tiempo, la tiene pegada detrás de él, persiguiéndolo a su vez. Un círculo vicioso.

Nos dicen que tenemos que vivir en el presente pero, ¿qué es eso? Un instante es eso, un instante, ni siquiera un segundo. Un instante que pasa de futuro a pasado cuando lo vivimos como si fuese un pañuelito descartable. Y ya está. Es esa transición, esa fracción de segundo en la que vivimos y sentimos. Una cadena finita de enlaces, de instantes lineales y consecutivos que, desgraciadamente, no podemos ni frenar ni acelerar.

A veces me gustaría tener un control remoto que me permitiese acelerar, frenar o volver para atrás sobre lo que viví. Digo, ¿a quién no? Las cosas serían bastante más fáciles aunque claramente menos apreciadas. O sea, una de las cosas que hace menos duros a los momentos difíciles que vivimos es que sabemos que no van a durar eternamente. E, irónicamente, también es la razón por la que apreciamos tanto los buenos momentos. Porque pasan, el tiempo sigue avanzando y es todo un cambio constante.

miércoles, 13 de abril de 2016

Hecho estimativo

Sos mi hecho incierto y mi calculo estimativo. Nunca puedo acertar quién sos o dónde estás parado. Me confundís.

Y me considero una persona de los números, bastante calculadora y perfeccionista. Pero a vos no te puedo calcular. Tampoco sé si quiero. Supongo que tengo miedo de que la cuenta me de mal. Esos resultados que te descolocan y sabés, antes de terminar el ejercicio, que están mal. Así que ni puedo ni quiero.

Igual a veces me arriesgo. Intento y te cuento. Pero siempre me sorprendes con algo nuevo, por eso lo único que tengo seguro, es que no sos un número exacto,  y así no me va a dar nunca este calculo que intento hacer funcionar. Aunque sea conmigo, sos estimativo, podés fallar. Y no sería la primera vez que me das algo que no esperaba. No dejas de sorprenderme y creo que eso, muy en el fondo, es algo que me encanta. Me mantiene pendiente, como si no me dejaras distraerme demasiado.

Pero aunque me encante, creo que me gustaría más que fuese otra cosa. Más claro, más cierto, más exacto. Porque vos ya sabés que soy algo seguro en tu vida cuando quieras, y me gustaría que fueses seguro para mí. No sentirme tan perdida en este calculo que claramente no tiene solución válida.

Pero, aunque seas calculo estimativo, sos MI hecho incierto. Y eso ya es algo, porque por algo se empieza y aunque seas inestable sos un poquito mío. Y bueno, supongo que eso es mejor que nada.

martes, 12 de abril de 2016

Sufrimos todos

Estoy honestamente cansada del sufrimiento. Y del sufrimiento en general. El sentimental, el espiritual, el físico y cualquier otro que se les pueda ocurrir.

Estoy harta de sufrir por cosas que si lo pensás en claro, son una idiotez comparado con otras cosas, pero ya hasta me duelen físicamente. Las llegó a sentir en el pecho, como si alguien estuviese literalmente estrujándome el corazón y todo eso que me hace sentir. Estoy cansada de ese tipo de sufrimiento, y del hecho de que ni lo controlo y de que no sé cómo hacerlo parar.

Estoy harta de ver sufrir a la gente que me rodea. Harta de ver a mi amiga con ese pibe que al final lo único que hace es hacerla mierda, estoy harta de ver cómo mi vieja no puede más con el ritmo que tiene su vida, harta de ver a mi hermana conviviendo con amigas que lo único que hacen es tratarla mal. Estoy cansada de verlas mal y de no poder hacer nada para cambiarlo, porque sé lo feo que se siente.

Y para qué, ¿no? ¿Quién se queda con todas esas lágrimas contenidas, esa presión en la garganta previa a largarse a llorar? ¿Esos gritos de frustración? ¿Todas esas lágrimas de bronca, de impotencia o de pura tristeza? ¿Quién se las lleva? ¿Con qué fin?

Siento que últimamente sufrimos mucho por todo, como si estuviésemos particularmente sensibles a lo que nos rodea, o todo simplemente sea más hostil. Todos sufrimos, en silencio más que para afuera y, aparentemente, la mayoría de las personas también nos volvimos más crueles en ese ahogo propio. Y me adhiero al grupo porque, ¿quién nunca estuvo tan mal que terminó tratando mal al resto, al punto de hacer sufrir a la otra persona por cosas capaz sin sentido?

Y sí, el sufrimiento existió siempre, y a todos nos pasa lo nuestro y tenemos nuestras razones de llantos, quejas y gritos. Y es la vida, lo que hay, lo que nos pasa a cada uno y con lo que lidiamos cada día. Supongo que no hay solución inmediata que me saque ese defecto o que haga que tal pibe me de bola, o que mi hermana tenga amistades menos tóxicas, etc.

Mi pregunta sería, si sabemos que todos tenemos nuestros problemas, ¿por qué no somos capaces de exteriorizar lo que nos pasa, de compartir penas entre todos para que capaz así no nos pesen tanto a nosotros? ¿por qué juzgamos antes de entender? Es como si ya no nos comunicáramos entre nosotros, no confiamos en nadie, en su mayoría, porque pensamos también que a nadie le importa lo que nos pasa.

Y puede ser que sí, que no a todo el mundo le importe y que el problema no va a desaparecer cuando se lo cuentes a alguien, pero creo que si empezáramos por preocuparnos un poco más en ver cómo se siente el que tenemos al lado e intentáramos solamente escuchar lo que le pasa, capaz no nos sentiríamos tan solos y esa carga que nos rompe la espalda no sería tan pesada.

sábado, 19 de marzo de 2016

Siempre vuelve

Y obvio que siempre volvés a aparecer. Cuando menos lo estoy esperando, volvés a aparecer en el mapa de mi vida.

Cuando por fin había tomado la decisión de ponerle un punto final a todo, te vengo a encontrar después de meses y es como empezar todo de cero. Todas esas cosas que me prometí a mi misma y que estaba intentando borrar de mis pensamientos, vuelven a la luz y es como si no valiesen absolutamente nada. Porque vos estás ahí, de repente tan cerca de vuelta que, ¿qué sentido tiene?

Y lo peor es que no pasó nada en particular, solo te vi. Nos cruzamos,nada más. Pero eso ya es un disparador para volver de vuelta al punto de inicio.

Es como si te dieses cuenta de que por fin te estoy superando, entonces tenés que cruzarte conmigo para "recuperar" ese lugar en mi corazón que en realidad siempre fue tuyo y ojalá pudieses perder.

Y más que amarte, en estos momentos te odio. Porque odio que no pueda ser capaz de hacer que me chupes un huevo y que verte a vos por la calle sea lo mismo que ver a una persona a la que en un momento conocí pero que ahora es nada. Porque eso es lo que sos, en realidad.

Te odio pero al mismo tiempo no puedo evitar quererte porque, al final de cuentas, sos el mismo.

miércoles, 16 de marzo de 2016

Quererme

Creo que uno de los peores sentimientos es el de no poder quererse a uno mismo.

Más allá de todo lo que se pueda decir sobre esto, aunque sea para mí, es mucho más complicado de lo que aparenta el quererme y aceptarme como soy.

Y encima no es siempre igual. Hay días que me quiero más, hay días que me quiero menos y hay días en los que no me quiero y punto.

Pero cuando estoy en esos días en los que me quiero menos, es como si no pudiese pensar en otra cosa. Como si mi propia piel y defectos me pesaran, como si mi cabeza fuese un disco rayado que me repite constantemente todo lo que está mal en mí o lo bueno que me falta.

Y lo peor es la impotencia. Que todos esos pensamientos me persiguen y que simplemente no puedo callarlos. O mejor, cambiarme para dejar de sentirme incómoda conmigo.

Encima, es en esos mismos días en los que pareciera que el resto del mundo también es consciente de todas esas cosas que no me gustan de mí.

Hablo por mí porque, si bien creo que es algo que nos pasa a todos, creo que no puedo estar segura de que lo sintamos igual. O capaz porque no quiero sumarle mi dramatismo a todo el mundo.

Por eso, personalmente, quiero aprender a quererme. A mí y a mis circunstancias. Sin tener que estar constantemente esperando a aquel bendito momento en el que me sienta mejor o me vea mejor. Ese bendito momento, en algún futuro indefinido, que parece que se aleja en vez de acercarse.

Porque si hay algo de lo que estoy convencida es que una de mis cualidades es la capacidad de encontrarme defectos. Entonces el "bendito momento" no llega nunca.

sábado, 5 de marzo de 2016

Adiós definitivo

Acá se terminan todas las horas que te soñé, te pensé y te quise sin recibir ni la mitad de atención. Sin recibir nada a cambio.

Acá se terminan todas esas horas de bajón cada vez que necesitaba que me dieras más bola de la que me dabas.

Acá se terminan esas noches en las que salía al mismo boliche que vos esperando, en una casualidad fingida, encontrarte.

Acá se termina ese susto casi esperanzado cada vez que veía por la calle a alguien que tranquilamente podría haber sido vos.

Acá se terminan todas las ilusiones sinsentido sobre lo que podríamos haber sido.

Pero más que nada, acá te terminas vos.

Lo escribo porque creo que es la única forma de hacer que se sienta un poco más real.

Porque sé que no damos para más. Que capaz nunca estuvimos destinados a ser más de lo que fuimos. O capaz sí. Supongo que las distintas vueltas de la vida decidieron por nosotros. Y eligieron que fuese un no.

Por eso hoy, 5 de Marzo del 2016, te doy tu punto final. Porque no quiero seguir sufriendo la incertidumbre de pensar lo que podría ser o lo que podría haber sido con vos.

A partir de hoy, para mí no sos más que un nombre y una cara que pudo haber sido todo, pero que por diversas razones (más desconocidas que conocidas) nunca fue nada.

Para mí vos ya terminaste. Pero yo acabo de empezar. Con o sin vos.

jueves, 11 de febrero de 2016

¿Romeo y Julieta?

Alguien que me explique por qué nos arrastramos por amor. Y no me refiero a arrastrarnos por el amor de nuestra vida, sino a correr a gente que en realidad ni siquiera conocemos por un poco de cariño.

Personalmente, y en los últimos días, me veo a mí y, particularmente a las adolescentes que me rodean, desesperadas por que nos quieran. Aunque sea un beso, un chamuyo, un minuto de bola. Y soy una piba cualquiera y me pasa como a todas que me encanta que me presten atención y me quieran. No importa que sea sólo por un rato.

Pero lo que no logro entender, es cuándo fue y por qué llegamos al punto de ser capaces de hacer cosas humillantes, cosas que consideraríamos patéticas si otras personas las hiciesen, única y exclusivamente para conseguir que gente que ni siquiera sabe nuestros nombres nos de bola.

Entiendo que es algo casi instintivo, el buscar un poco de cariño, y entiendo lo lindo que es que nos presten atención un ratito como mínimo. Y sí, Romeo también la tuvo que remar para que Julieta le diera bola, con las piedras en la ventana y hablándole hacia el balcón para conseguir que la quiera tanto como él la quería a ella. Pero Romeo la quería para toda la vida a Julieta y acá solo hablamos de un rato. Porque con eso ya nos conformamos. O porque creemos que si sumamos todos los ratitos que conseguimos con esa persona vamos a conseguir un amor que dure más, no sé si para toda la vida, pero más de lo que duran esas breves dosis de cariño por separado.

El problema también es que está todo desvalorizado. Comparar con Romeo y Julieta se vuelve una idiotez porque los amores para toda la vida en la actualidad ya casi resultan impensables, porque la vida desgasta y nos hace conocer a más personas que nos alejan del famoso "amor eterno". Pero, ¿y esas parejas de abuelos que sí duraron para toda la vida? ¿Dónde quedó ese tipo de amor? ¿Es que lo perdimos en la desesperación por encontrar cariño como fuese y en la forma que fuese? ¿O es que simplemente ya estamos demasiado cansados de los problemas como para pelear por algo que creemos que es de cuento, pero que claramente en algún momento existió?

Y no niego que los amores fugaces suelen ser los que están más llenos de energía, pero pienso en cómo quiero que sea mi vida en cuarenta años y quiero que sea al lado de una persona a la que quiera y que me quiera y no tener que seguir rogando amor. No me quiero acostumbrar al cariño de una noche, no me quiero conformar con pibes sin nombre y un chamuyo que se lleva el viento.

Y sí, recién tengo diecisiete años, con toda una vida por delante y sé que probablemente ni siquiera debería importarme si no conozco al amor de mi vida mañana. Pero no quiero esperar a tener cincuenta años para darme cuenta que todo ese cariño de noches, no es una promoción acumulable. Que no necesariamente lleva a un amor más duradero porque no necesariamente la otra persona busca lo mismo. Porque en la actualidad, estar en una relación seria antes de los veinte años es considerado casi como una locura, porque supuestamente te impide vivir tu adolescencia al máximo, te encierra ¿Cuándo se nos metió a la cabeza esta idea, de que chapar con millones de pibes y tener infinitas pequeñas dosis de cariño es mejor que estar con una persona que nos conoce y nos quiere mucho más que cualquiera de todos esos pibes juntos?

Capaz pasó cuando la gente se empezó a cansar, y las relaciones serias se empezaron a ir a la basura por idioteces. Y, naturalmente, eso duele mucho más que perder a un chabón con el que estuviste sólo un par de noches así que, para qué, ¿no? ¿Para qué meterse en algo que probablemente termine mal, porque parejitas de abuelos con cincuenta años de casados hay cinco en un millón y las probabilidades juegan en contra?

O capaz fue que de repente con la desvalorización de todo, nos empezamos a desvalorizar a nosotros, y tenemos la autoestima tan baja que necesitamos que nos chamuyen para sentirnos mejor con nosotros y recordarnos que no estamos tan mal. Aunque sea para alguien.

La verdad es que no sé si fue la visión frustrada de Romeo y Julieta, el hecho de que los adolescentes estamos desesperados por vivir toda nuestra vida en cinco años, el cansancio o la falta de amor propio. Pero lo que sí sé, es que no quiero desperdiciar lo que todo el mundo llama la mejor etapa de mi vida, corriendo atrás de pibes a los que no les voy a importar a la mañana, conformándome y creyendo que una piba que está con mil flacos en una noche está viviendo más que una que decidió no estar con nadie porque está de novia y no lo quiere cagar.

martes, 9 de febrero de 2016

Caer y vivir. De verdad.

¿Alguna vez tuvieron ese sentimiento de tocar fondo? No solo el largarse a llorar por lo que podría considerarse una recaída emocional. Me refiero más a ese sentimiento de tocar fondo cuando las circunstancias son tan tristes y humillantes que llegas a creer que eso es lo más bajo que podrías llegar a caer.

Hace poco viví como nunca ese sentimiento. Y creo fervientemente que es una consecuencia de tomar mucho de golpe. Y no hablo solamente de tomarse una botella de vodka de golpe. Tomar todo de golpe en el sentido de vivir mucho en muy poco tiempo.

Así como está el sentimiento de tocar fondo está el de tocar el cielo con las manos, con la punta de los dedos. Y creo que ese es el momento en el que verdaderamente vivimos. Donde sentimos todo y somos consciente de cada nervio, de cada cosa, de cada persona y de cada fibra de nosotros y del resto, muy a pesar de cuales sean las circunstancias. Por más variadas que estás puedan ser.

Por eso creo que la verdadera tocada de fondo llega cuando estamos en lo más alto. Como si necesitasemos el empuje de todo el trayecto de caída para llegar tan abajo. Y mientras más alto llegamos, más profunda y dura es la caída.

Por eso también creo que de uno depende. Si uno prefiere vivir y llegar lo más alto que pueda, sabiendo que mientras más alto suba más bajo va a caer. O si uno prefiere mantenerse en su "zona de comfort" siempre, sabiendo que la caida que pueden recibir es siempre soportable.

La segunda opción sería la mejor para cualquier persona con un poco de sentido común. Pero para una persona con un sentido de vida, que tuvo ese sentimiento de tocar el cielo con las manos aunque sea una vez, no caben dudas. Cualquier  caída vale cada segundo vivido de verdad.

domingo, 7 de febrero de 2016

Enganche de mentira

¿Y qué si me enganché? ¿Y qué si me enganché con algo que en realidad nunca existió, que siempre fue ilusión mía?

Desgraciadamente, para mí y para muchas personas con el mismo nivel de creatividad y sentimentalismo, es casi imposible evadir el enganche. Lo único que necesito es que me den un poco de bola para terminar imaginando el casamiento, los hijos, la casa en la costa y el regalo del primer aniversario. Y el problema es que capaz la cosa quedaba en algo de dos o tres noches pero a mí nunca me alcanza. Creo que cuando a uno le gusta (o mínimo, interesa) una persona, nada de lo que se tiene en ese momento es suficiente.

Pero, ojo, mi imaginación y yo sólo nos hacemos parcialmente responsables del famoso enganche. El resto se lo agradecemos a Disney y a Cris Morena por criarnos creyendo en algo que con los años se deformó (si es que alguna vez existió). Porque al final, no tengo ni beso bajo la lluvia ni declaración de amor eterno ni nada medianamente parecido a lo que me prometieron toda la vida.

Pero, más que nada, le echo la culpa a él por darme bola. Por todos los chamuyos y sonrisas que prometían más de lo que cumplieron  y que inevitablemente encendieron mi imaginación.

Por todo eso y porque es más fácil culpar al resto del mundo que aceptar que terminé cayendo en el mismo enganche de mentira.