lunes, 8 de agosto de 2016

Dieciséis

Cuando teníamos catorce, mis amigas y yo empezamos a leer todas esas sagas eternas de libros de aventura y romance que nos encantaban y que tenían algo en común: la protagonista (casi) siempre era una chica dieciséis. Una chica con una vida totalmente común hasta que un día mágicamente conocía al chico perfecto que terminaba siendo el amor de su vida, encontraba que tenía un poder sobrenatural, una historia familiar oculta o todo junto.

Entonces, llegamos a la conclusión de que los dieciséis era la edad en la que "te pasaban las cosas". Que te pasaban todas esas cosas que sólo ves en películas y libros, y que en ese momento resultaban casi imposibles. Nos desesperamos por cumplir dieciséis en la esperanza de tener una vida digna de una saga de cinco libros mínimo.

Naturalmente, los dieciséis nos llegaron a todas. Y así como llegaron también se fueron. Personalmente, no sé si fue un año especial o digno de libro best-seller, pero si me di cuenta de algo: no existe una edad en la que "te pasan las cosas" sino que las cosas pasan cuando hacés que pasen. Por cumplir años no me iba a caer un novio del cielo ni me iban a regalar una habilidad sobrehumana. Al escribirlo suena como algo obvio, pero ¿cuántas veces nos sentamos a esperar que el destino pusiera lo que queríamos en nuestro camino en lugar de trabajar para alcanzarlo?

No sé si existe eso que llamamos "destino", esa fuerza sobrenatural que supuestamente nos empuja hacia lo que va a ser nuestra vida, lo que es único para nosotros en el futuro y que en nuestra cabeza siempre es bueno o termina bien. Pero sí creo que hay cosas que tienen que pasar y cosas que no. Cosas que por más que busquemos incansablemente no pasan y cosas inesperadas que aparecen sin ser buscadas. Y también creo que hay situaciones en las que el "destino" nos deja elegir qué hacer o nos pone en la situación perfecta para alcanzar eso que queremos pero que no va a llegar sólo. Porque no creo que el "destino" sea una fuerza que trabaja sola y hace que las cosas pasen, sino que son oportunidades que se van presentando pero que si no hacemos nada para direccionarlas hacia lo que queremos, eso no va a pasar nunca.

Mirando para atrás, creo que los dieciséis fueron un gran año. Y creo que fue un año el que sentí y viví cosas que ya empezaba a pensar que no iba a vivir nunca. Pero hay algo que tengo claro y es que no fue la magia de los dieciséis la que logró todo eso. Sino que fui yo. Capaz estaba en mi destino, o capaz elegí yo, la verdad es que no sé, pero aprendí a dejar de esperar sentada a que "me pasaran las cosas", mientras el resto vivía la novela que yo me moría por protagonizar.

Me animé a hacer un montón de cosas de las que creí que era incapaz. No siempre conseguí que todo fuera como quería, pero la mayoría de las veces sí. E incluso aunque no me hubiesen salido como esperaba, no estaba mal porque sabía que había intentado que lo que quería pasara. Hasta diría que cambié, fui más valiente y más confiada de lo que creí que iba a llegar a ser. Me empecé a transformar en esa versión mía que secretamente admiraba y esperaba llegar a ser algún día.

Y si le cuento todas las boludeces que hice y las situaciones que viví a una escritora para inspirar un libro, probablemente no me de bola. Pero ya no necesito ni quiero que escriban un libro o hagan una película sobre mi vida, porque me cansé de mirar y esperar. Me cansé de ser el espectador. Porque una vez que sentís la adrenalina de vivirlo en carne propia, de estar dentro de la historia, no hay camino de vuelta a la silla vacía.

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