martes, 18 de octubre de 2016

Cuarenta y tres

Qué feo es dejar atrás. Personas, lugares, sensaciones, todo. Lo hacemos constantemente, a veces hasta sin querer y nos damos cuenta cuando lo único que queda en nosotros es el recuerdo y ese sentimiento de presión en el pecho de saber que no vamos a volver a vivir algo así.

Nunca me gustó el cambio, soy de esas desconfiadas que le temen a lo que está por llegar por el simple hecho de que en el fondo se acostumbraron demasiado a lo que tienen ahora y no quieren perderlo. Pero es inevitable. Dejamos cosas atrás constantemente y adquirimos nuevas. Cosas nuevas que, a veces, hasta son mejores que las viejas sólo que en aquel momento no podíamos ver a través de la melancolía.

Soy consciente de la lógica del cambio y siempre defendí el "lo mejor está por llegar", pero cuando llega el momento de ponerse los pantalones y afrontar la perdida de las cosas que uno más quiere es cuando dudo de todo. Y verlo venir es peor, saber en el fondo que no podés hacer nada para evitar que cambie todo. Estar constantemente con un reloj en el oído contando los días para cambiar otra vez.

Mi reloj hoy grita cuarenta y tres días. Sólo cuarenta y tres días para tener que dejar ir al lugar y las personas que me acompañaron por trece años de mi vida, con todo lo que eso implica. Cuarenta y tres días y nada más, para terminar la secundaria, dejar el colegio y, más importante, el aula con toda esa gente que sabe perfectamente cómo soy y qué hacer para que esté bien. La gente con la que me reí, me precupé, lloré y grité la mayor parte de mi vida.

Y no me malinterpreten, siempre quise crecer y hacerme cargo de mi vida pero tener que dejar todos esos momentos, lugares y personas como parte de la etapa de mi vida que estoy dejando atrás, es una de las cosas más difíciles que tuve que hacer en mucho tiempo.

Cada vez que nos damos cuenta de que nos queda menos tiempo para dejar de vivir lo que vivimos casi toda nuestra vida, la mayoría de mis compañeras lloran y nos abrazamos como si no hubiera mañana. Personalmente, todavía no lo pude llorar. Claramente no es porque no lo sienta, pero creo que mi cabeza está tan negada a aceptar ese hecho que se niega a permitirle a mi corazón sentirlo hasta que sea inminente.

Y, honestamente, no sé si estoy lista para aceptarlo. Porque sé que una vez que lo lloré, va a ser real de verdad y no hay nada que quiera menos.

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