jueves, 22 de octubre de 2015

Pura vida

Creo que no hay mejor sentimiento que cuando algo bueno te sorprende. Cuando todo va "normal" y de repente te dan una buena noticia, una sorpresa o te dicen simplemente un comentario que no puede hacer otra cosa que no sea alegrarte. Esos momentos que aparecen de repente pero que te dejan con una sonrisa tarada que, a pesar de los esfuerzos, los cachetes no vuelven a la mueca seria de siempre.

Personalmente, este tipo de cosas me suelen pasar en momentos de negatividad absoluta o cuando la estoy pasando mal. Pero creo que no hay nada más lindo. Suelen ser las cosas más mínimas, y me pueden llegar a alegrar por mucho más tiempo del que probablemente deberían. Son de duración indefinida pero son una determinada cantidad de segundos, minutos o días en las que, de repente, es como si no existiese nada más que ese momento, en ese lugar y lo que sea que esté pasando.

Son detalles, cosas tontas y chicas la mayoría de las veces. Cosas imprevistas. Que no vimos venir pero de ninguna forma y se chocaron con nosotros así de repente. Solo que, al contrario de la mayoría de las veces que nos llevamos las cosas puestas, esta vez nos deja mejor de lo que estábamos antes.

Lo más lindo de estos momentos es que esa sonrisa tarada que aparece cuando al vivirlos vuelve cada vez que volvemos atrás a esa noticia, a ese comentario o momento y nos permite acordarnos de lo bien que se siente estar simplemente contento.

Y creo que eso es lo más lindo. Son como un trago de agua cuando se te seca la garganta. Aparece cuando más lo necesitás. Un recordatorio que dice que no importa cuán mal se puedan poner las cosas, momentos como esos valen la pena, porque siempre van a estar ahí para aparecer de la nada. Son pura felicidad, pura emoción. Vida en su máxima expresión.




martes, 20 de octubre de 2015

No sé

Me pasa que ya no sé ni distinguir cómo me siento. Un momento estoy contenta, otro normal y en otros parece que estoy muerta. Ninguno me gusta, ninguno me convence. Ni siquiera cuando estoy contenta porque sé que no va a pasar mucho tiempo antes de pasar a sentirme mal otra vez.

La verdad es que estoy en una situación de mierda y no puedo hacer absolutamente nada para cambiarla. Lo único que puedo hacer es soportarla. Y no quiero. Simplemente no quiero. Me niego. Ya ni siquiera lo lloro. No sé si es porque me aburrí de llorar o porque ya no le encuentro sentido a hacerlo porque al fin y al cabo no cambia nada. No sé.

Me gustaría llorar. Quiero llorar. Porque es la única forma en la que siento que puedo descargar lo que siento pero no puedo. Pienso, pienso y pienso pero no me caen las lágrimas. Me desespera no poder así como me desespera no verme capaz de hacer algo para sentirme mejor. Es como que estoy llena de cosas malas y simplemente no me puedo vaciar. No puedo sacar todo esto que llevo adentro y que me hunde y no me deja respirar.

Quiero dormir por años. Dejar pasar el tiempo y que las cosas se hayan solucionado para cuando me despierte. O que aunque sea hayan mejorado, que tenga la fuerza suficiente como para soportar lo que estoy viviendo. Una fuerza que claramente no tengo ahora y que necesito más que nada aparentemente. Pero no puedo pasar años dormida y no sé cómo conseguir esa fuerza que necesito.

En realidad, quiero cambar las cosas y no puedo. Quiero llorar y no puedo. Quiero dormir años y años y tampoco puedo. Y lo peor es que no sé por qué. O capaz hay algo peor, que es que no tengo ni la más mínima idea de cómo cambiar cualquiera de estas cosas y si hay algo de lo que estoy segura es de que no puedo seguir viviendo así. Ni siquiera sé si quiero seguir viviendo para estar así. Pero, otra vez, no sé. Y así de perdida como estoy, ni siquiera estoy segura de querer saber.

jueves, 1 de octubre de 2015

Septiembre

Siempre amé Septiembre. Para mí, es como el mes que ya me permite decir que se terminó el invierno. Lo que significa que no hace tanto frío, lo que es básicamente una bendición para mí.

En realidad no sé por qué me gusta tanto pero es como que, a partir de Septiembre la atmósfera es distinta, y no haciendo referencia únicamente al clima. Me da la sensación de que (la gente a mi alrededor, aunque sea) está más alegre, con más energía. Lo cual es irónico teniendo en cuenta que la segunda mitad del año suele ser la más enquilombada y la gente está cada día más cansada.

Es como un respiro del desastre que suele ser Agosto en mi vida y Octubre que es cuando veo volver la rutina de verdad. Me abre los ojos al hecho de que cada vez queda menos para terminar el año.

Y como todo lo bueno, obviamente pasa más rápido de lo que debería. Jamás viví un mes que pase tan rápido. Es como que abro los ojos y empiezo a festejar que empezó mi amado Septiembre. Pestañeo y es el día de la primavera. Vuelvo a pestañear y ya es Octubre. Como ahora. Que estoy subiendo un escrito que se llama Septiembre un primero de Octubre. Ironías de la vida.

Es primavera. El sol brilla, los pájaros cantan y las mejores cosas pasan. Es como si los planetas y el polen se alinearan para dar lugar a cosas de las que jamás me vi capaz y me transmitieran un buen humor casi constante.

Capaz será que no soy la única que le gustaría que algunos meses fuesen más largos que otros, como si los pudiese adaptar a mi medida. Pero supongo que una de las cosas que lo vuelve tan querible, es el hecho de que se hace desear un año más. Es la alegría después del invierno. Y así con todo.





martes, 1 de septiembre de 2015

La tinta y el papel

Vivir entre letras siempre se me hizo más fácil. Entre hojas y palabras me manejaba mejor que entre la oratoria torpe y los gestos atolondrados.

No sabría decir con exactitud el porqué pero el papel siempre fue mi salida. Las palabras impresas en papel no traicionan ni delatan. Escuchan, quedan escritas y me permiten liberar todo eso que nunca, por diversas razones, podría decir.

Desde chica siempre fue mi única forma de expresarme o de distraerme de pensar cosas que son mejores lejos que cerca. El papel nunca se quejó por mis palabras enojadas, tristes o inciertas. Me ayuda a reflexionar y me acompaña siempre que lo necesito conmigo. Siempre ahí, en blanco, esperando a que lo llene con los pensamientos más míos.

Hay gente que baila, que canta todo el día, que hace deportes, y yo personalmente me inclino por el papel. No soy buena escribiendo ni creo que me importe serlo en realidad. Lo hago para descargar y porque es la única cosa que me sirve para liberar todo eso que no puedo expresar de otra forma. Todo ese mar de pensamientos que se revuelven en mi cabeza durante el día, cuando estoy llena de alegría o cuando no puedo más. Los pensamientos siempre están y de la mano viene el sentarme a escribir cuando no sé bien qué hacer.

Es medio un escape, digamos que deslizar los dedos por el teclado de una computadora es mucho más fácil que tener que lidiar con todas esas cosas que pasan alrededor. Son una indefinida cantidad de minutos en los que puedo ser medianamente libre de los problemas.

Y así como lo que escribo deriva de mis pensamientos, lo que escribo me ayuda a pensar. Me sirve para reflexionar y entender un poco mejor qué es lo que siento. Algo que la mayoría de las veces nunca logro racionalizar. Me ayuda a actuar después y poner las cosas en claro. A calmar ese mar revuelto de pensamientos.

Aún así, creo que nunca podría explicar bien por qué uso las palabras como descarga y no cualquier otras cosa. Creo que simplemente hay un par de cosas que se nos dan más fáciles que otras



jueves, 2 de julio de 2015

Esclava

Soy esclava de mi cuerpo. Soy esclava de mis defectos y de todas esas cosas de mi vida que no puedo cambiar.

Me niego a creer que soy la única que alguna vez, en un momento cercano a dormirse, deseó que a la mañana siguiente se despertaría en otro cuerpo. En otra vida. No sé si para siempre pero aunque sea por un día. Para ver que se siente no estar siempre discutiendo o llorando por las mismas cosas.

Después me siento una desagradecida. Pienso en todas esas personas que pasan por situaciones mucho más graves a la que yo estoy viviendo y me siento una nena malcriada que no sabe lidiar con lo que le tocó.

Pero, obviamente, uno nunca va a mirar al que está peor que uno. Siempre miramos al que está mejor. Al que aparentemente tiene todo más fácil y al que nunca le pasa absolutamente nada. Como quien dice, "siempre miramos el vaso medio vacío y no medio lleno"

Y, al final, no solo soy esclava de mi cuerpo sino que también soy esclava de mi cabeza. Me persigo constantemente viendo que es lo que no tengo y los demás sí. Nunca agradezco o me fijo en lo que sí tengo. Lo doy por sentado. Ya no importa. Nunca va a ser suficiente si no estoy igual de bien (o mejor) que la persona que tengo al lado.

Soy esclava de mi misma por perseguirme y por todas esas cosas que no puedo cambiar. Ni de mi misma, ni del resto, ni del mundo. Y, honestamente, estoy más cerca de ganar un premio Nobel de la paz que de aprender cómo cortarme las cadenas.

lunes, 22 de junio de 2015

Hospitales

Los hospitales siempre me parecieron los lugares más irónicos del mundo.

En un hospital te pueden diagnosticar una enfermedad terminal o te pueden confirmar que los pasajeros del accidente automovilístico se salvaron. Te podés encontrar a parejas primerizas que vienen para la primera ecografía de su bebe y a mujeres mayores que están llorando a sus esposos recién fallecidos. A veces, hasta en el mismo piso tenés las habitaciones de terapia intensiva y en la otra punta maternidad. Gente que está más cerca de la luz al final del camino que de escuchar ese vagido que indica el comienzo de una nueva vida.

En los hospitales muere gente todos los días, y nacen más personas con cada hora que pasa. Por día, vaya a saber uno cuantas enfermedades se diagnostican o cuantas personas gravemente heridas se computan. También están las personas que reciben la noticia de que ese pariente gravemente enfermo ya está estable o de que su enfermedad les está dando un respiro.

A veces ni siquiera es necesario entrar a un hospital para darse cuenta de esta ironía. Alcanza con pasar por la puerta para ver a la gente que se abraza llorando desesperadamente, a la que entra con globos y regalos en la mano y a la que habla por teléfono con la mano temblándole inevitablemente, solo por nombrar algunos ejemplos.

Cuando paso por la puerta de un hospital me parece injusto. Pensar que hay gente adentro que está peleando por su vida o por la de las personas a las que ama, y gente que llora de alegría porque ya se terminó su lucha o porque simplemente recibió una buena noticia. Me parece más que nada injusto que la gente que llora de tristeza tenga que ver pasar por adelante suyo a la gente que no puede estar más contenta.

Pero después me doy cuenta de que no es culpa de la pobre persona a la que le acaban de informar que su enfermedad no está tan grave como antes, o de que sus familiares se salvaron o de que su sobrino nació bien y está sano.

Capaz debería haber un hospital para las malas noticias y un hospital para las buenas noticias pero al fin y al cabo sería un despropósito. Además, es como que dentro de esa ironía que tienen los hospitales, hay cierto balance.

En un lado del pasillo están las personas que no saben cuando darán su último respiro, y del otro está la mujer que recibe en sus brazos a su hijo recién nacido. En un consultorio a una mujer le diagnostican una enfermedad terminal y en el de al lado le dicen a un tipo que está mejorando. En una sala de espera tenés a la gente que se come las uñas esperando a que le digan algo sobre ese familiar internado y a la gente que se acaba de enterar que la operación salió bien.

La gente se muere y es como que volviera a nacer. A uno le dan una buena noticia y a otro una mala. Todo en un mismo lugar. Es irónico, de eso no hay dudas. Pero, al final, los hospitales son unos de los pocos lugares que pueden captar tan bien las diferencias que ocurren día tras día en todos lados. Son como un recordatorio constante de lo que somos, de nuestros alcances y nuestras limitaciones. De todas esas cosas que olvidamos o silenciosamente nos negamos a aceptar.

lunes, 15 de junio de 2015

Lección del día

La actitud todo lo puede.

No importa si se te cae la cae la cara a pedazos o si te pasan mil cosas, si le pones actitud al día y a las cosas, y es prácticamente imposible que se te de vuelta en contra.

Si no podés más, la mejor idea es hacer como que podés. Al principio capaz se te complica, pero le vas tomando la mano, y te acostumbras. Cuando te querés dar cuenta ya lo manejas y sí podés. Esto lo digo por experiencia.

Personalmente, me pasa mucho de ver a gente que no sé cómo hace para superar o lidiar con ciertas cosas que les pasan y que sé que, si me pasaran a mí, no las podría manejar. La respuesta siempre es: "Y, hay que ponerle onda"

Suena algo bastante normal u obvio pero a la larga, en la cotidianidad, es algo que se va perdiendo y que, al estar en la situación, es muy difícil de plantear.

Estoy segura de que no soy la única que alguna vez en su vida se encontró con un problema que no podía resolver mediante ningún medio. No hay nada útil, o a tu alcance que puedas hacer para resolver el conflicto. Y, si bien el problema no se soluciona por la actitud que le pongas, cambia la forma en la que vos ves y reaccionas ante el problema y eso ya es un avance.


miércoles, 3 de junio de 2015

#NiUnaMenos

Ni una menos porque estoy cansada de despertarme todas las mañanas y encontrarme con una nueva chica desaparecida, con una nueva chica inocente muerta, con una nueva chica violada. Porque, por pendejas y putas, se merecían eso. Chicas que tenían toda una vida por delante y que no merecían eso.

Ni una menos porque estoy cansada de ver a mujeres golpeadas. Cansadas de ver a mujeres que, por mujer e inútil, tiene que soportar ser golpeada o asesinada. Mujeres que tuvieron que ver como sus vidas se convertían paulatinamente en un infierno. Mujeres que viven presas del miedo y que conviven con la mentira.

Ni una menos porque soy mujer. Porque estoy harta de tener que cambiar la forma en la que me quiero ver para no "terminar mal". Porque estoy harta de no poder ponerme una pollera corta, no poder usar el escote que me gusta, no poder maquillarme, no poder verme como quiero. Todo porque soy "provocativa" porque supuestamente me lo merezco, porque parece que "me lo estoy buscando".   Y porque, aparentemente, por eso me merezco que me acosen, que me abusen, que me violen, que me golpeen, que me secuestren y que me maten.

Ni una menos porque quiero un cambio. Quiero poder salir a la calle sin sentirme humillada y acosada por el obrero que me grita una guarangada. Quiero poder vestirme como yo quiera sin tener miedo de que violen. Quiero poder salir a bailar sin tener que ir preocupándome por todos los hombres que me rodean.

Ni una menos para que desaparezcan todos esos hombres, que por tipos, aparentemente tienen derecho al femicidio, a la trata de personas o al abuso de menores.

Ni una menos por Natalia, Erica, Daiana, Serena, Yamila, Melina, Candela, Ángeles, Paola, Martina, Catherine, Chiara, Lola, Andrea y toda esa infinidad de mujeres. Por todas ellas y por todas las que no conocemos que pasan por estas situaciones. Para que se haga justicia por todas ellas y por la vida que no pudieron tener.

Ni una menos por mi hermana, por mi mamá, por mi tía, por mi abuela, por mi prima, por mis amigas, por mi futura hija. Por todas ellas y por todas las mujeres que exigen el respeto que se merecen.

Ni una menos porque quiero poder vivir sin sentirme amenazada, sin sentirme constantemente perseguida, sin sentirme acosada o humillada. Porque quiero una mejor vida para mí y para todas.

Ni una menos porque significa justicia, libertad, respeto e igualdad.

lunes, 18 de mayo de 2015

Papeles Abollados

Todos tenemos nuestros papeles abollados. Nuestros borradores de Word, nuestras anotaciones en el margen del cuaderno de apuntes o nuestros versos en el ticket del supermercado. Esas ideas que parecían únicas pero que al plasmarlas en papel pierden la magia y, de repente, es como si no tuviesen el suficiente potencial. Son esos papeles que la mayoría de las veces ni nos gastamos en terminar porque nos damos cuenta que no tiene sentido, que no va a salir como queremos.

Lo bueno es cuando no tiramos los papeles abollados. Cuando nos decidimos a ordenar y entre libros, carpetas y cosas de las que casi ni nos acordábamos, aparece un papel abollado sin precedente. Todo abollado y arrugado, con la tinta medio gastada y con una letra que ya casi ni se entiende.

Y nos sentamos, llevados por la curiosidad y por tomar un descanso de la horrible tarea de ordenar, y nos ponemos a leer el papel abollado. Y hacemos memoria de la idea que tuvimos y de la frustración que causó en su momento. Pero ya es tarde, ya tenemos la idea de vuelta comiéndonos la cabeza. Vamos con el nuevo cuaderno e intentamos otra vez con la misma idea.

Después de este punto pueden pasar dos cosas, o el papelito se convierte en un escrito medianamente decente, o lleva a otro papelito arrugado. Un papelito que vamos a abollar y vamos a perder en el mismo cajón y que probablemente vayamos a encontrar cuando nos volvamos a dignar a ordenar. El círculo vicioso de los papelitos abollados.

Usamos al papelito como sinónimo de idea inmadura o frustrada. Idea que, con suerte, vamos a retomar en el futuro y que, con más suerte, va a ser algo que valga la pena. Pero todavía no. Y, ante el cariño hacia la idea, no lo tiramos. Lo hacemos un tierno e irregular bollito que queda en algún lugar desconocido, esperando a ser encontrado, entendido y escrito. Esperando a ser un pensamiento finalmente plasmado. Esperando a ser algo más que un despreciado papelito abollado. Esperando a ser reconocido. Porque el papelito abollado es la idea en su máxima expresión.

Y sin eso, en realidad, no tenemos nada.

sábado, 9 de mayo de 2015

"Caprichos"

Quiero libertad.

Quiero tener mi casa, mi título, mi trabajo y mis ingresos.

Quiero poder comprarme esas botas negras que a mi mamá no la convencen pero a mí me encantan.

Quiero salir a comer afuera. Pero cuando yo quiera. Y a un lugar que me guste, no a esos lugares desconocidos que suelen elegir los padres.

Quiero poder pasarme el día en mi cuarto, viendo películas o leyendo. O poder pasarme el día paseando por las calles abarrotadas de gente. Depende de cómo me despierte.

Quiero tener un auto y saber manejar para poder salir a dar vueltas con la radio que me gusta a todo lo que da cuando tenga ganas.

"Si vivieses con tu abuelo..." Pero mi abuelo es mi abuelo y no vivo con él. Gracias a Dios, la gente crece, la sociedad progresa y yo no soy vos hace veinte años. Así que no. Eso no es argumento.

Parezco una nena caprichosa. Capaz tengo un poco de caprichosa. Pero simplemente no entiendo ¿Por qué tengo que desperdiciar los que supuestamente son los mejores años de mi vida, siguiendo el ritmo y los gustos ajenos? ¿Por qué me tengo que limitar a asentir con la cabeza y hacer las cosas más fáciles para el resto?

Ya sé, todo no se puede. Pero no sé. No me convence a veces.

Honestamente, me parece injusto.

viernes, 8 de mayo de 2015

Miradas cruzadas

Siempre tuve un tipo de obsesión con los ojos, las miradas en particular. Siempre me sorprendió lo mucho que se puede transmitir con mirar a una persona a los ojos un segundo. A veces ni siquiera es necesario conocer a la persona para ver alguna de las tantas cosas que le puede estar cruzando por la cabeza en ese momento.

Alcanza con mirar a una amiga para saber que piensa lo mismo que vos respecto al comentario totalmente fuera de lugar que acaba de mandar una de las chicas en el curso.

Alcanza una mirada cómplice con la compañera de banco para saber que ninguna de las dos entendió un carajo de lo que acaba de explicar la profesora porque las dos estaban en cualquiera.

Alcanza con cruzar los ojos con una persona en la calle para saber que esta llegando tarde a algún lado o que se olvidó algo de suma importancia en la casa.

Alcanza con quedarse mirando a un pibe más de cinco segundos para saber que los dos piensan aproximádamente lo mismo.

Alcanza con mirar al tipo en el colectivo que escucha música a todo lo que da para hacerle entender que o se pone auriculares o lo apaga.

Obviamente este sistema no siempre funciona. A veces pensamos que sabemos qué es lo que la otra persona esta pensando y capaz nada que ver. Pero supongo que lo bueno de las miradas es que cada uno interpreta lo que quiere y que, la mayoría de las veces, eso que cada uno interpretó no se pone en común. Es decir, que uno nunca va a saber si eso que creyó leer en los ojos de la otra persona era cierto o no. Uno nunca va a saber si lo que leyó la otra persona en sus propios ojos, era lo que en realidad estaba pensando. Pero, en la mayoría de las miradas, casi siempre podemos ver un brillo, podemos sentir un algo que nos asegura que lo que pesamos respecto a esa mirada y a lo que esa persona piensa es cierto. Esa conexión que hacemos con la otra persona.

Capaz a la persona no la viste nunca en tu vida y, muy probablemente, no la vuelvas a ver más. Pero, por esos segundos que dura la mirada es como si de repente la conocieras y pudieses entender como es y como se siente.

Capaz a la persona la conocemos de toda la vida y se hace más fácil entender que es lo que te transmite con la mirada. Ya ni es necesario usar la voz porque con los ojos alcanza.

¿Soy la única que encuentra totalmente fascinante como una persona puede hablar con otra sin emitir ni un sonido? ¿Sin decir ni una palabra?

E incluso aunque esa interpretación de la mirada sea errónea, nos deja algo y eso vale igual. Hay miradas que te ayudan a respirar, miradas que te ahogan, miradas que acompañan, miradas cómplices, miradas comprensivas, miradas que enamoran, miradas que matan, miradas arrepentidas y miradas seguras. Son infinitas las opciones así como son infinitas las cantidades de personas con las que cruzamos miradas a lo largo de nuestra vida.

Cada día creo más que los ojos son las puertas del alma. Cada vez que mirás a alguien a los ojos, esa persona te deja algo de sí mismo y vos le dejás algo tuyo. Sin importar cuán miserable o carente de importancia podamos creer que sea. La persona te deja un pedacito de su ser y vos le das uno tuyo a cambio. Cuando mirás una persona a los ojos no importa más nada. Son los dos lo mismo. Somos todos lo mismo.

Y eso es lo que me resulta más fascinante.

domingo, 3 de mayo de 2015

A la corta

Hacémela corta porque a la larga no duro. A la larga me entorpezco, me desaliento y me aburro. Nunca fui buena para lo que dura demasiado.

Las historias a la larga se me deforman, se vuelven cualquier cosa en el peor de los casos y, en el mejor, nunca las vuelvo a pensar. Las amigas tampoco me suelen durar mucho porque me voy y me pierdo y cuando vuelvo no queda nadie, y con razón. Tuve cuentas en todas las redes sociales y no sociales que te puedas imaginar y ninguna me duro más de un año. Y si duraban, era porque cambiaba de cuenta, porque la renovaba. Hice mil y un actividades. De tenis a pintura, y de patín a danza clásica. He llegado a durar años y a veces solo una semana. Si hablo mucho me entorpezco se me chocan las palabras y me voy por las ramas.

Lo que pasa es que me aburro. Y me aburre lo aburrido y me aburre aburrirme. Y lo que antes era interesante a la larga se hace aburrido. Entonces cambio. Cambio para hacerlo entretenido. Cambio constantemente y lo que no cambia conmigo se queda atrás (desgraciadamente, a veces). Cambio sin pensar, sin meditar, ya ni siquiera me doy cuenta. Veo algo que me gusta y cambio. Lo que me gustaba ya no me interesa y me interesa esto. Y ya no me interesa más.

Un día me despierto rutinaria y al otro día quiero tomarme un micro y no volver nunca. Un día me pongo melancólica y al otro día quiero tirar la toalla y empezar de cero. Un día te quiero y al otro no te puedo ver ni en figurita. Un día te pienso y al otro te olvido. Un día te escribo y al otro te borro.

Me pierdo a mí misma y no me entiendo, no me conozco, porque conmigo vivo a la larga y me pierdo.

Así que, haceme un favor y hacela corta. Haceme corta. Que dure menos que un pestaneo pero que valga. Porque si la cantidad no hace a la calidad, seguro que la duración tampoco.

No me hagas un poema, haceme un verso. No me hagas una novela, haceme una palabra. No me hagas eterna, haceme limitada. No me hagas de una hora, haceme de diez minutos. Lo que más te guste. Haceme mil veces pero haceme a la corta.

A los otros hacelos como prefieras. Hacelos eternos o infinitos si querés. Pero a mí haceme corta y concisa. Haceme como esos sentimientos que te llegan de golpe y se van todavía más rápido que como llegaron.

Haceme a la corta porque a la larga es lo único que dura.