Creo que no hay mejor sentimiento que cuando algo bueno te sorprende. Cuando todo va "normal" y de repente te dan una buena noticia, una sorpresa o te dicen simplemente un comentario que no puede hacer otra cosa que no sea alegrarte. Esos momentos que aparecen de repente pero que te dejan con una sonrisa tarada que, a pesar de los esfuerzos, los cachetes no vuelven a la mueca seria de siempre.
Personalmente, este tipo de cosas me suelen pasar en momentos de negatividad absoluta o cuando la estoy pasando mal. Pero creo que no hay nada más lindo. Suelen ser las cosas más mínimas, y me pueden llegar a alegrar por mucho más tiempo del que probablemente deberían. Son de duración indefinida pero son una determinada cantidad de segundos, minutos o días en las que, de repente, es como si no existiese nada más que ese momento, en ese lugar y lo que sea que esté pasando.
Son detalles, cosas tontas y chicas la mayoría de las veces. Cosas imprevistas. Que no vimos venir pero de ninguna forma y se chocaron con nosotros así de repente. Solo que, al contrario de la mayoría de las veces que nos llevamos las cosas puestas, esta vez nos deja mejor de lo que estábamos antes.
Lo más lindo de estos momentos es que esa sonrisa tarada que aparece cuando al vivirlos vuelve cada vez que volvemos atrás a esa noticia, a ese comentario o momento y nos permite acordarnos de lo bien que se siente estar simplemente contento.
Y creo que eso es lo más lindo. Son como un trago de agua cuando se te seca la garganta. Aparece cuando más lo necesitás. Un recordatorio que dice que no importa cuán mal se puedan poner las cosas, momentos como esos valen la pena, porque siempre van a estar ahí para aparecer de la nada. Son pura felicidad, pura emoción. Vida en su máxima expresión.
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