Querido 31 de Diciembre del 2017,
Representas 365 días escritos hasta en los márgenes. Llenos de dibujos, de alegrías, de signos de exclamación, de pregunta y más puteadas de las que uno desearía. Te vas vos y todos los demás y, la verdad, es que no te voy a extrañar.
En todos esos minutos lloré y me perdí. Toqué fondo como pensé que no se podía tocar y me vi borrosa en el espejo casi al punto de la desesperación. Ojo, también me diste cosas buenas. Me reí y me sentí acompañada como pocas veces. Pero, por alguna razón, siempre nos quedamos con lo último o tendemos a simplemente prestar más atención a lo malo que nos pasa. Honestamente, hoy yo prefiero que te vayas. Andate y si podes, llevate con vos todas las inseguridades. Las que trajiste y las que ya estaban. Llevate todo eso que comprobaste que me hace mal y dame lugar para empezar de nuevo.
Hoy, último día de la semana, del mes y del año yo me quedo con la hoja en blanco, la posibilidad de volver a empezar. Más que nada de reinventarme, o aunque sea de aprender a verme con otros ojos.
Porque caerse no importa siempre y cuando te puedas volver a levantar. Y pese a todas las piedras que me tiraste, con ellas me diste la oportunidad de volver a pararme con la frente en alto, capaz incluso un poco más alta que antes de caerme. Hoy me aferro con todas mis fuerzas a esa esperanza y es lo que me permite seguir en movimiento.
Me hiciste tragar polvo, pero para renacer primero hay que estar muerto. Vos me diste el empujón, ahora queda en mí aprender a volar, frenar la caída. Y por eso, más que por cualquier otra cosa, te voy a estar eternamente agradecida.
"Porque todos, toditos, tenemos algo que decir a los demás, alguna cosa que merece ser por los demás celebrada o perdonada" -Eduardo Galeano
domingo, 31 de diciembre de 2017
domingo, 17 de septiembre de 2017
Caras y Caretas
Hay pocas cosas tan desesperantes como perderse a uno mismo. Pasa sin buscarlo y es un proceso tan lento que se vuelve imperceptible. Imperceptible hasta que un día sin darte ni cuenta te despertás y vos ya no sos vos. Sos pero siendo alguien más. Como si vivieses en tu vida la vida de alguien más. Una actuación de personaje desconocido y guión implícito pero presente.
Lo peor de perderse es no poder encontrarse. Saberse perdido pero no saber cómo volver. Porque aunque a veces ser otra persona parezca una idea excelente, vivir en la piel de alguien más a la larga no funciona. Es intentar hacer lo que a uno siempre le gustó y simplemente no poder hacerlo. Querer sentir cómo se sentía antes y no encontrar ni rastro de algo parecido. Sin registro de que una persona que no fuese la del personaje presente hubiese existido alguna vez. Impotencia en su máxima expresión.
De la misma forma, lo mejor de perderse es poder encontrarse. Porque a pesar de los vanos intentos, siempre hay algo que te empuja y te trae de vuelta. Porque en el exterior podemos ponernos millones de caretas diferentes y aparecer en mil escenarios distintos pero lo que queda atrás de la máscara es siempre lo mismo. Y no hay nada mejor que poder encontrar la escalera para bajar dos minutos del escenario y desatar el nudo para dejar la careta de vuelta en el cajón.
Soñamos todos los días con ser personas distintas, en pieles y lugares diferentes. Pero cuando no nos reconocemos a nosotros mismos, terminamos dándonos cuenta de lo que en realidad es obvio. Que nuestra esencia nos acompaña a todos lados y hace que no haya nada mejor que estar en la piel de uno. Porque, sin importar cuán dramática y desesperante se pueda poner la obra, la cara propia es la careta que mejor nos queda.
miércoles, 6 de septiembre de 2017
Mirá al cielo
En el secundario tuve a un profesor que en una de esas clases que te enseñan a perder el tiempo más que otra cosa, nos dijo que sólo podíamos considerar a un día como perdido si no mirábamos al cielo aunque sea una vez. Y me terminó enseñando más de lo que podría haber hecho en cualquier clase normal de historia.
Desde ese día, obviamente, intentaba mirar al cielo aunque sea una vez. Pero después, con las idas y venidas, esa carrera constante que representa la vida, empecé a perder el hábito y caí de vuelta en esa realidad dónde el cielo no es protagonista sino simple escenografía.
Pero a veces me acuerdo de esa clase y dejo de correr dos segundos para mirar al cielo y darme cuenta. Sentir el viento, escuchar todos los ruidos y hasta pensar que el cielo nunca había estado tan celeste antes. Respirar profundo y seguir.
Creo que todo el mundo debería hacerlo. Tomarse dos segundos para dejar de correr y estar. Caminar y disfrutar de caminar. Sin correr tanto porque al final de la carrera no hay una meta y millones de trofeos, hay un cajón y muy poco cielo celeste como el de hoy. El premio no está en el final, es el camino.
Asi que sí, dejá de correr para llegar. Si vas a correr, que sea por el placer de sentir el viento en la cara. Cada tanto frená, sentate, o caminá y mirá todo lo que haya para mirar. Sentí todo lo mejor que puedas y siempre que puedas.
Porque la carrera no se corre para llegar al final. No se corre para ganar. Se corre por el placer de correr, porque total a la meta llegamos todos.
Y lo importante está sólo en aprovechar el camino. En frenar aunque sea dos segundos por día y mirar al cielo para acordarte de todo eso. Para acordarte de que todo pasa y que después probablemente sigas corriendo y cambiando pero el cielo está ahí, siempre constante. Y siempre esperando a que lo mires para recordarte que estás vivo y que lo que importa es eso.
Desde ese día, obviamente, intentaba mirar al cielo aunque sea una vez. Pero después, con las idas y venidas, esa carrera constante que representa la vida, empecé a perder el hábito y caí de vuelta en esa realidad dónde el cielo no es protagonista sino simple escenografía.
Pero a veces me acuerdo de esa clase y dejo de correr dos segundos para mirar al cielo y darme cuenta. Sentir el viento, escuchar todos los ruidos y hasta pensar que el cielo nunca había estado tan celeste antes. Respirar profundo y seguir.
Creo que todo el mundo debería hacerlo. Tomarse dos segundos para dejar de correr y estar. Caminar y disfrutar de caminar. Sin correr tanto porque al final de la carrera no hay una meta y millones de trofeos, hay un cajón y muy poco cielo celeste como el de hoy. El premio no está en el final, es el camino.
Asi que sí, dejá de correr para llegar. Si vas a correr, que sea por el placer de sentir el viento en la cara. Cada tanto frená, sentate, o caminá y mirá todo lo que haya para mirar. Sentí todo lo mejor que puedas y siempre que puedas.
Porque la carrera no se corre para llegar al final. No se corre para ganar. Se corre por el placer de correr, porque total a la meta llegamos todos.
Y lo importante está sólo en aprovechar el camino. En frenar aunque sea dos segundos por día y mirar al cielo para acordarte de todo eso. Para acordarte de que todo pasa y que después probablemente sigas corriendo y cambiando pero el cielo está ahí, siempre constante. Y siempre esperando a que lo mires para recordarte que estás vivo y que lo que importa es eso.
miércoles, 2 de agosto de 2017
Caminando con los ojos cerrados
Empezar una serie y buscar en internet qué le pasa a ese personaje. Agarrar un libro y sin querer desviar los ojos a la última frase del capítulo. "Cerrá los ojos" y caminar a tientas, pero abriendo justo lo suficiente como para ver a través de las pestañas. Como si no se pudiese evitar, un acto reflejo.
Las sorpresas tienen eso. A todos les gustan las sorpresas. Pero nos gustan cuando están terminadas. Cuando pasas de la incertidumbre y del no saber cómo va a terminar, a ver el resultado si es que nos hace más felices. A nadie le gusta la primera parte. Esa adrenalina de sospechar sin saber, la ansiedad de querer ver el final ya, la incertidumbre sobre cómo va a terminar.
Como cuando empezás a ver una película romántica y te imaginás que los primeros personajes principales claramente van a terminar juntos. La van a pasar mal y hasta en algún momento vas a llegar a pensar que capaz no. Pero llega el final y la mayoría de las veces se cumple la predicción y la pareja prueba ser más fuerte que todos esos idas y vueltas y te deja pensando que vivieron en el famoso "felices para siempre". Le pueden decir "cliché", irrealista y todo lo demás pero no hay nada peor que empezar una película esperando el final feliz y terminar en un baño de lágrimas. Es como empezar una película drámatica sólo para descubrir que al final no está el drama. O una película de superhéroes donde gane el villano, un thriller sin suspenso o una comedia sin risa.
La expectativa está siempre. Comprás un libro esperando, en realidad parcialmente sabiendo, que va a terminar de cierta manera. Un final supuestamente sorprendente pero que en realidad de sorpresa no tiene nada porque aunque no lo leas antes de empezar, sabés qué es lo que va a pasar. Y cuando no se cumple ese final la mayoría de las veces nos decepcionamos porque no cumple.
Sí, la sorpresas tienen eso. Generan expectativa. Generan que la cabeza trabaje a mil pensando qué es lo que está adelante de esos ojos parcialmente cerrados que intentan tomar pistas que les ayuden a adivinar. Porque a nadie le gusta esperar, a nadie le gusta no saber. Todos quieren el final y quieren el final que ellos esperan.
Todo es una gran sorpresa. Te despertás sabiendo, aunque en realidad sospechando, qué es lo que va a pasar la hora siguiente, o la otra o al final del día. Pero nunca sabés si van a llegar una de esas cosas que te sorprenden de verdad porque llegan de la nada y no tenés tiempo ni de cerrar los ojos ni de sufrirlas ni de pensarlas. En la vida no hay oración al final del capítulo, ni final de temporada, ni speech de voz en off mientras se va poniendo en negro la pantalla.
La vida es un constante caminar con los ojos cerrados, intentando adivinar que es lo que va a pasar después aunque sin saber con seguridad. Es adrenalina, incertidumbre y expectativa. La diferencia con los libros y las películas, es que el desafío está en encontrar la satisfacción en el camino ciego porque cuando llega el desenlace la sorpresa en realidad ya la viviste.
Las sorpresas tienen eso. A todos les gustan las sorpresas. Pero nos gustan cuando están terminadas. Cuando pasas de la incertidumbre y del no saber cómo va a terminar, a ver el resultado si es que nos hace más felices. A nadie le gusta la primera parte. Esa adrenalina de sospechar sin saber, la ansiedad de querer ver el final ya, la incertidumbre sobre cómo va a terminar.
Como cuando empezás a ver una película romántica y te imaginás que los primeros personajes principales claramente van a terminar juntos. La van a pasar mal y hasta en algún momento vas a llegar a pensar que capaz no. Pero llega el final y la mayoría de las veces se cumple la predicción y la pareja prueba ser más fuerte que todos esos idas y vueltas y te deja pensando que vivieron en el famoso "felices para siempre". Le pueden decir "cliché", irrealista y todo lo demás pero no hay nada peor que empezar una película esperando el final feliz y terminar en un baño de lágrimas. Es como empezar una película drámatica sólo para descubrir que al final no está el drama. O una película de superhéroes donde gane el villano, un thriller sin suspenso o una comedia sin risa.
La expectativa está siempre. Comprás un libro esperando, en realidad parcialmente sabiendo, que va a terminar de cierta manera. Un final supuestamente sorprendente pero que en realidad de sorpresa no tiene nada porque aunque no lo leas antes de empezar, sabés qué es lo que va a pasar. Y cuando no se cumple ese final la mayoría de las veces nos decepcionamos porque no cumple.
Sí, la sorpresas tienen eso. Generan expectativa. Generan que la cabeza trabaje a mil pensando qué es lo que está adelante de esos ojos parcialmente cerrados que intentan tomar pistas que les ayuden a adivinar. Porque a nadie le gusta esperar, a nadie le gusta no saber. Todos quieren el final y quieren el final que ellos esperan.
Todo es una gran sorpresa. Te despertás sabiendo, aunque en realidad sospechando, qué es lo que va a pasar la hora siguiente, o la otra o al final del día. Pero nunca sabés si van a llegar una de esas cosas que te sorprenden de verdad porque llegan de la nada y no tenés tiempo ni de cerrar los ojos ni de sufrirlas ni de pensarlas. En la vida no hay oración al final del capítulo, ni final de temporada, ni speech de voz en off mientras se va poniendo en negro la pantalla.
La vida es un constante caminar con los ojos cerrados, intentando adivinar que es lo que va a pasar después aunque sin saber con seguridad. Es adrenalina, incertidumbre y expectativa. La diferencia con los libros y las películas, es que el desafío está en encontrar la satisfacción en el camino ciego porque cuando llega el desenlace la sorpresa en realidad ya la viviste.
viernes, 9 de junio de 2017
De miedos sabemos todos
Tengo miedo.
Tengo miedo al olvido, al abandono, al reemplazo y al desplazo.
Le tengo miedo a la frustración y al más mínimo atisbo de soledad.
Tengo miedo de tener miedo.
Miedo de perseguirme y arrastrarme conmigo misma.
Le temo a mis pensamientos y a cualquiera de mis acciones.
Temor a la parte más cobarde de mi misma y también a la más valiente.
Le temo a mi pasado, tanto como a mi presente y a mi futuro.
Le temo a lo que venga después de mí, a lo que haya venido antes y lo que esté viniendo ahora.
Miedo de los conocidos y a los desconocidos.
Temo de lo que nadie teme y me llama lo que a todo el mundo aterra.
Tengo miedo del más falso de los llantos y de la carcajada más sincera.
Miedo del pánico, pánico de mis miedos. Pánico de mis obsesiones y compulsiones, mis decisiones y más sinceras emociones.
Le temo a mis emociones como el ciego le teme al camino y el sordo al sonido más efímero.
Soy esclava de mis miedos, porque ellos me persiguen, me encarcelan y me liberan sólo para volver a atraparme.
Me aterran las lágrimas engañosas y las sonrisas sin sentido.
Todos nacemos con miedo.
Miedo de tener miedos.
O peor, de convertirnos en ellos.
Tengo miedo al olvido, al abandono, al reemplazo y al desplazo.
Le tengo miedo a la frustración y al más mínimo atisbo de soledad.
Tengo miedo de tener miedo.
Miedo de perseguirme y arrastrarme conmigo misma.
Le temo a mis pensamientos y a cualquiera de mis acciones.
Temor a la parte más cobarde de mi misma y también a la más valiente.
Le temo a mi pasado, tanto como a mi presente y a mi futuro.
Le temo a lo que venga después de mí, a lo que haya venido antes y lo que esté viniendo ahora.
Miedo de los conocidos y a los desconocidos.
Temo de lo que nadie teme y me llama lo que a todo el mundo aterra.
Tengo miedo del más falso de los llantos y de la carcajada más sincera.
Miedo del pánico, pánico de mis miedos. Pánico de mis obsesiones y compulsiones, mis decisiones y más sinceras emociones.
Le temo a mis emociones como el ciego le teme al camino y el sordo al sonido más efímero.
Soy esclava de mis miedos, porque ellos me persiguen, me encarcelan y me liberan sólo para volver a atraparme.
Me aterran las lágrimas engañosas y las sonrisas sin sentido.
Todos nacemos con miedo.
Miedo de tener miedos.
O peor, de convertirnos en ellos.
miércoles, 10 de mayo de 2017
Volvamos a perder el tiempo
Gastamos el tiempo inventando cosas que nos ahorren tiempo. Lavavajillas que trabaja sólo y deja todo limpio en dos horas, teléfonos a los que solamente hay que hablarles para que marquen los números o manden mensajes, maquinas que hacen que todo lo que hacemos (y más) sea más rápido. Para dejar de perder el tiempo, para ahorrarlo.
¿Y ahorrarlo para qué? ¿Para tirarse a mirar las fotos de gente que ni siquiera nos importa en Instagram? ¿Para mirar todo los tweets que nos perdimos? ¿Para qué? No estoy en contra del avance de la tecnología, no me malinterpreten. Me encanta saber que cada día todo es más eficiente, que puedo hablar directo con una persona que capaz está en la otra punta del mundo, etc. Pero me parece inútil. Inútil que nos pasemos los días intentando hacer que todo sea más rápido para ahorrar el tiempo que después malgastamos.
Volvamos a gastar el tiempo como se gastaba antes. Gastémoslo hablando, escribiendo, leyendo, sintiendo y viviendo. Cortemos un poco con tanto avance y volvamos a lo básico. Dejemos de tipear dos minutos y acordémonos de lo lindo que es agarrar una birome y escribir en papel algo que no sean apuntes del colegio, la facultad o el laburo. Lo lindo que es hablar con alguien cara a cara. Lo bien que se siente estar al aire libre un rato, no estar pendiente de tanta notificación. Lo mágico que es vivir cada minuto con todo el cuerpo y de verdad.
Perdamos el tiempo. Perdamos el tiempo volviendo a sentir, y a no tirar los minutos en aparatitos y aplicaciones que a la larga no tienen sentido. Porque la tecnología te puede ahorrar minutos, horas o incluso años. Pueden salir maquinitas que hagan todo por vos pero, ¿qué sentido tiene? Si al final, todo ese tiempo que pensaste que ahorrabas en realidad lo perdiste en una vida sin vivir. Porque el tiempo nunca está mal gastado si disfrutamos de cada segundo que pasa.
Entonces sí, yo prefiero "perder" el tiempo, perder cada segundo pero disfrutando tanto de cada cosa que hago que pueden pasar horas y horas sin que me de cuenta. Porque aunque sea así, aunque esté mil horas haciendo exactamente lo mismo, que pasen sin ser reconocidas me va a dejar tranquila. Porque, ¿qué otra forma hay de demostrar que esas horas fueron bien vividas?
¿Y ahorrarlo para qué? ¿Para tirarse a mirar las fotos de gente que ni siquiera nos importa en Instagram? ¿Para mirar todo los tweets que nos perdimos? ¿Para qué? No estoy en contra del avance de la tecnología, no me malinterpreten. Me encanta saber que cada día todo es más eficiente, que puedo hablar directo con una persona que capaz está en la otra punta del mundo, etc. Pero me parece inútil. Inútil que nos pasemos los días intentando hacer que todo sea más rápido para ahorrar el tiempo que después malgastamos.
Volvamos a gastar el tiempo como se gastaba antes. Gastémoslo hablando, escribiendo, leyendo, sintiendo y viviendo. Cortemos un poco con tanto avance y volvamos a lo básico. Dejemos de tipear dos minutos y acordémonos de lo lindo que es agarrar una birome y escribir en papel algo que no sean apuntes del colegio, la facultad o el laburo. Lo lindo que es hablar con alguien cara a cara. Lo bien que se siente estar al aire libre un rato, no estar pendiente de tanta notificación. Lo mágico que es vivir cada minuto con todo el cuerpo y de verdad.
Perdamos el tiempo. Perdamos el tiempo volviendo a sentir, y a no tirar los minutos en aparatitos y aplicaciones que a la larga no tienen sentido. Porque la tecnología te puede ahorrar minutos, horas o incluso años. Pueden salir maquinitas que hagan todo por vos pero, ¿qué sentido tiene? Si al final, todo ese tiempo que pensaste que ahorrabas en realidad lo perdiste en una vida sin vivir. Porque el tiempo nunca está mal gastado si disfrutamos de cada segundo que pasa.
Entonces sí, yo prefiero "perder" el tiempo, perder cada segundo pero disfrutando tanto de cada cosa que hago que pueden pasar horas y horas sin que me de cuenta. Porque aunque sea así, aunque esté mil horas haciendo exactamente lo mismo, que pasen sin ser reconocidas me va a dejar tranquila. Porque, ¿qué otra forma hay de demostrar que esas horas fueron bien vividas?
lunes, 3 de abril de 2017
Una buena acción vale más que mil palabras
Caminaba por la calle y desde mitad de cuadra vi cómo una señora intentaba (inútilmente) subir un carrito cargado de cosas a la vereda después de cruzar. La mayoría de las personas que pasaban por la esquina ni siquiera reconocían la existencia de la señora asiática en ese lugar, y la otra parte decidía ignorarla.
Segundos después, cuando llegaba a la esquina, una chica que estaba sentada en la entrada de uno de los edificios de la cuadra se paró y la ayudó a subir el carrito. La señora le agarró la mano, le sonrió y le dijo una palabra que no entendí, pero que no es necesario saber mucho de idiomas para imaginar que le estaba agradeciendo. En respuesta, una sonrisa y un "de nada". Fueron segundos y lo más simple del mundo, dirían muchos. La señora siguió caminando con su carrito y la chica volvió a sentarse en la entrada del edificio. Todo casi como si nada. Sólo que sí.
Ahora yo estoy acá, horas después, escribiendo esto todavía impresionada. Impresionada de cómo una buena acción, no importa cuán chica sea, puede romper cualquier barrera. No importaba que la chica no estuviese segura de si le estaba agradeciendo o no, tampoco si la señora entendía el "de nada" o no. No entenderían las palabras, pero el significado seguro que sí. Y eso ya es todo. Algo tan simple como cruzar un par de palabras, una sonrisa o una mirada agradecida, cosas que uno piensa que no valen nada pero que en realidad valen más de lo que uno cree.
Así que yo también le agradezco a esa chica y a esa señora, sean quienes sean. Porque me hicieron darme cuenta de que son más las barreras que inventamos que las que verdaderamente existen. Que una buena acción cruza el mundo y la entiende cualquiera. Que por más chico que sea eso que uno haga, a esa chica nadie le saca la sonrisa sincera que le regaló la señora y a la señora nadie le saca la alegría de saber que todavía hay gente que ayuda a pesar de no conocer o entender.
Dirán que no vale nada, que es cosa simple y común, pero para mí que lo vi fue mágico. Y no puedo hablar por la chica y la señora, lo más probable es que no lo tengan presente ahora, pero estoy bastante segura de que las dos en ese momento sintieron lo mismo.
Segundos después, cuando llegaba a la esquina, una chica que estaba sentada en la entrada de uno de los edificios de la cuadra se paró y la ayudó a subir el carrito. La señora le agarró la mano, le sonrió y le dijo una palabra que no entendí, pero que no es necesario saber mucho de idiomas para imaginar que le estaba agradeciendo. En respuesta, una sonrisa y un "de nada". Fueron segundos y lo más simple del mundo, dirían muchos. La señora siguió caminando con su carrito y la chica volvió a sentarse en la entrada del edificio. Todo casi como si nada. Sólo que sí.
Ahora yo estoy acá, horas después, escribiendo esto todavía impresionada. Impresionada de cómo una buena acción, no importa cuán chica sea, puede romper cualquier barrera. No importaba que la chica no estuviese segura de si le estaba agradeciendo o no, tampoco si la señora entendía el "de nada" o no. No entenderían las palabras, pero el significado seguro que sí. Y eso ya es todo. Algo tan simple como cruzar un par de palabras, una sonrisa o una mirada agradecida, cosas que uno piensa que no valen nada pero que en realidad valen más de lo que uno cree.
Así que yo también le agradezco a esa chica y a esa señora, sean quienes sean. Porque me hicieron darme cuenta de que son más las barreras que inventamos que las que verdaderamente existen. Que una buena acción cruza el mundo y la entiende cualquiera. Que por más chico que sea eso que uno haga, a esa chica nadie le saca la sonrisa sincera que le regaló la señora y a la señora nadie le saca la alegría de saber que todavía hay gente que ayuda a pesar de no conocer o entender.
Dirán que no vale nada, que es cosa simple y común, pero para mí que lo vi fue mágico. Y no puedo hablar por la chica y la señora, lo más probable es que no lo tengan presente ahora, pero estoy bastante segura de que las dos en ese momento sintieron lo mismo.
miércoles, 8 de marzo de 2017
106 años después
Un 25 de Marzo de 1911 se incendiaba una fábrica de camisas en Nueva York. Una fábrica de camisas con más de 140 trabajadoras dentro, que murieron por las malas condiciones laborales. Con más de 140 trabajadoras que luchaban para mejorar esas condiciones, para conseguir un salario justo y una jornada laboral humana. Conmemorando a todas esas mujeres que murieron luchando por sus derechos, se oficializó, años después, el 8 de Marzo como Día Internacional de la Mujer a nivel internacional.
Y hoy, 8 de Marzo de 2017, 106 años después de la tragedia que motivó a la lucha por los derechos igualitarios, en Argentina se celebra una vez más el día de la mujer. Gente que compra flores para las mujeres que conoce, mensajes con fotos reconociendo a la mujer, cadenas de felicitación, y "feliz día" por todos lados.
Pero 106 años después, la igualdad por la que se luchaba, a pesar de haber avanzado, todavía no existe.
Tres de cada diez puestos de jefatura son ocupados por mujeres, y su salario es un 27% menor que el de los varones en puestos con las mismas responsabilidades.
El 50% de los empleados del Poder Ejecutivo Nacional (PEN), son mujeres. Pero sólo el 30% del personal jerárquico son mujeres.
En la Corte Suprema, sólo uno de los magistrados es mujer.
Se producen, por día, alrededor de 50 ataques sexuales y la tasa de violación es de 8,7 cada 100.000 habitantes.
Muere una mujer víctima de femicidio cada 29 horas. Y desde el 2008, se suman 1808 mujeres asesinadas víctimas de la violencia de género.
Personalmente, no quiero flores. Ni mensajes que reconozcan cualidades femeninas, ni cadenas de felicitación. Quiero salir a la calle y no tener miedo. Quiero poder vestirme como quiera. Quiero ingresar al mercado laboral y saber que voy a tener las mismas oportunidades que un hombre. Quiero justicia por todas esas mujeres que murieron luchando o gracias a la falta de derechos. Quiero esos derechos. Quiero igualdad.
Y quiero gente que esté dispuesta a luchar conmigo por esa igualdad. Más gente con el espíritu de esas 140 trabajadoras que luchaban día tras día por sus derechos. Para que su sacrificio, y el de todas las otras personas que lucharon, valga la pena. Para que no nos olvidemos que la razón del Día de la Mujer, es en homenaje a la lucha a favor de los derechos igualitarios. Para que las mujeres a las que en este día tanto se felicita, seamos reconocidas y tengamos las mismas oportunidades los 365 días del año y no sólo los 8 de Marzo.
Para que 106 años después de este día, todos esos pedidos que parecen obvios y a la vez impensables, sean reales.
--
Ejemplos porcentuales extraídos de: http://www.lanacion.com.ar/1990902-dia-de-la-mujer-que-reclaman-las-mujeres-la-desigualdad-y-la-violencia-de-genero-en-cifras
Y hoy, 8 de Marzo de 2017, 106 años después de la tragedia que motivó a la lucha por los derechos igualitarios, en Argentina se celebra una vez más el día de la mujer. Gente que compra flores para las mujeres que conoce, mensajes con fotos reconociendo a la mujer, cadenas de felicitación, y "feliz día" por todos lados.
Pero 106 años después, la igualdad por la que se luchaba, a pesar de haber avanzado, todavía no existe.
Tres de cada diez puestos de jefatura son ocupados por mujeres, y su salario es un 27% menor que el de los varones en puestos con las mismas responsabilidades.
El 50% de los empleados del Poder Ejecutivo Nacional (PEN), son mujeres. Pero sólo el 30% del personal jerárquico son mujeres.
En la Corte Suprema, sólo uno de los magistrados es mujer.
Se producen, por día, alrededor de 50 ataques sexuales y la tasa de violación es de 8,7 cada 100.000 habitantes.
Muere una mujer víctima de femicidio cada 29 horas. Y desde el 2008, se suman 1808 mujeres asesinadas víctimas de la violencia de género.
Personalmente, no quiero flores. Ni mensajes que reconozcan cualidades femeninas, ni cadenas de felicitación. Quiero salir a la calle y no tener miedo. Quiero poder vestirme como quiera. Quiero ingresar al mercado laboral y saber que voy a tener las mismas oportunidades que un hombre. Quiero justicia por todas esas mujeres que murieron luchando o gracias a la falta de derechos. Quiero esos derechos. Quiero igualdad.
Y quiero gente que esté dispuesta a luchar conmigo por esa igualdad. Más gente con el espíritu de esas 140 trabajadoras que luchaban día tras día por sus derechos. Para que su sacrificio, y el de todas las otras personas que lucharon, valga la pena. Para que no nos olvidemos que la razón del Día de la Mujer, es en homenaje a la lucha a favor de los derechos igualitarios. Para que las mujeres a las que en este día tanto se felicita, seamos reconocidas y tengamos las mismas oportunidades los 365 días del año y no sólo los 8 de Marzo.
Para que 106 años después de este día, todos esos pedidos que parecen obvios y a la vez impensables, sean reales.
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Ejemplos porcentuales extraídos de: http://www.lanacion.com.ar/1990902-dia-de-la-mujer-que-reclaman-las-mujeres-la-desigualdad-y-la-violencia-de-genero-en-cifras
jueves, 2 de marzo de 2017
Terminar también es empezar
Agarro una hoja. Escribo cosa por cosa todo lo que dejo atrás este año. Todo lo que venció o vence antes del 31 de Diciembre inclusive. El secundario, amistades, ese enganche sin nombre, actitudes. Todo.
Son las 23:59 de un 31 de Diciembre y viajes al año que viajes, en el fondo es el mismo. Pudo haber sido un año excelente o uno de mierda, pero cuando se termina y miramos para atrás la melancolía está siempre. Porque a la distancia las cosas malas no parecen tan malas y lo bueno siempre se extraña. Es un sentimiento horrible, el extrañar, el querer algo que tuviste pero no tenes más. Y que no siempre volvés a tener. Duele en el estomago y en la garganta, la impotencia de lo rápido que pasa el tiempo y como las cosas pasan casi sin que uno se de cuenta.
Son las 00:00 de un 1 de Enero y buscate el año que quieras pero el sentimiento ya es distinto. Es casi renovador. Tener 365 días por delante. Es incierto, sí, como la mayoría de las cosas nuevas. Pero es una oportunidad, una oportunidad de hacer las cosas de forma distinta. De ser mejor. De ser un poco más feliz. Es un sentimiento que sólo se siente en ese minuto de ese día particular, cuando sentís que tenés todas las oportunidades del mundo y todo por delante. Como empezar de vuelta. Una hoja en blanco para ser lo que a uno le sale mejor.
Doblo la hoja y la guardo en ese lugar por donde uno busca sólo de vez en cuando. Para olvidarme de que existe, para sorprenderme. Para que en algunos días, algunos meses, pueda encontrar el papel y ver todo eso que dejé atrás. Para felicitarme por avanzar y para lagrimear un poco por esas cosas buenas que se fueron y que uno no deja de extrañar nunca, sólo que no lo piensa.
Para no olvidarme, más que nada. Porque el año se termina y empieza otro con todas las oportunidades. Porque un final viene siempre con un principio nuevo.
Terminar duele pero vale la pena, porque lo que sigue después casi siempre es mejor. Porque todo pasa, pero al final de cuentas, eso que se vuelve parte de uno. Y así, se hace eterno en nosotros.
-Porque nunca es demasiado tarde para una reflexión de fin de año-
Terminar duele pero vale la pena, porque lo que sigue después casi siempre es mejor. Porque todo pasa, pero al final de cuentas, eso que se vuelve parte de uno. Y así, se hace eterno en nosotros.
-Porque nunca es demasiado tarde para una reflexión de fin de año-
jueves, 16 de febrero de 2017
Mil vidas
De chiquita escribía cuentos. Millones. Sobre todas esas cosas que, por diversas razones, no podía vivir en carne propia. Era como tener mil vidas y ser mil personas diferentes. Imaginar cosas imposibles y hacerlas posibles en una hoja. Casi como magia.
Vivía más en el papel que en el cuerpo. Era más divertido, más fácil. Todo era mágico y las cosas siempre salían como yo quería. El papel nunca exigía nada y nunca me limitaba. Podía ser lo que quisiera, cómo quisiera y cuándo quisiera.
Un día, casi sin darme cuenta, ya no escribía más. Estaba demasiado ocupada volviendo a mi vida afuera del papel, que todos esos personajes y mundos fantásticos quedaron como imágenes de una vida que se vivía como la mejor en el papel y en mi cabeza.
Otro día, también casi sin darme cuenta, volví a escribir. Pero ya no escribía cuentos. Aunque sea no inventados. Escribía sobre lo que vivía, lo que sentía, lo que pensaba. Porque el papel seguía dándome la libertad que en el cuerpo nunca tuve. De decir eso que no se llega a decir con la voz pero sí por escrito.
A veces lo extraño. Escribir historias fantásticas donde soy exactamente esa persona que me muero por ser y vivo justo eso que me muero por vivir. Un papel en donde soy y tengo todo eso que más quiero.
Pero al mismo tiempo no. Porque ahora en lugar de imaginarlo y escribirlo, intento vivirlo y escribirlo. Porque me encantaban todos mis cuentos y me enamoraba de cada lugar y de cada personaje, pero hay algo que me gusta mucho más y es inspirar el cuento. Ser realmente el personaje y no sólo imaginarlo.
Es verdad, vivir afuera del papel es mucho más complicado. No todo sale como querés y ser esa persona que siempre quisiste ser es mucho más difícil. Pero todos esos imprevistos, toda esa incertidumbre es justamente lo que lo vuelve interesante. Lo que hace que valga la pena vivirlo y no solamente escribirlo.
Además el papel es fiel como pocas cosas. Está siempre, nunca abandona. Porque cuando vivir todo en carne propia se hace demasiado pesado, el papel siempre me espera para que le cuente lo que me pasa o para que, por un ratito aunque sea, vuelva a ser esa nena de ocho años que vive mil vidas. Para recordarme que siempre que tenga una hoja cerca voy a tener la libertad de decir, hacer y simplemente ser lo que yo quiera. Y más importante, para recordarme que la mejor parte de escribirlo, es poder hacerlo parte de uno y después vivirlo todos los días en carne propia.
Vivía más en el papel que en el cuerpo. Era más divertido, más fácil. Todo era mágico y las cosas siempre salían como yo quería. El papel nunca exigía nada y nunca me limitaba. Podía ser lo que quisiera, cómo quisiera y cuándo quisiera.
Un día, casi sin darme cuenta, ya no escribía más. Estaba demasiado ocupada volviendo a mi vida afuera del papel, que todos esos personajes y mundos fantásticos quedaron como imágenes de una vida que se vivía como la mejor en el papel y en mi cabeza.
Otro día, también casi sin darme cuenta, volví a escribir. Pero ya no escribía cuentos. Aunque sea no inventados. Escribía sobre lo que vivía, lo que sentía, lo que pensaba. Porque el papel seguía dándome la libertad que en el cuerpo nunca tuve. De decir eso que no se llega a decir con la voz pero sí por escrito.
A veces lo extraño. Escribir historias fantásticas donde soy exactamente esa persona que me muero por ser y vivo justo eso que me muero por vivir. Un papel en donde soy y tengo todo eso que más quiero.
Pero al mismo tiempo no. Porque ahora en lugar de imaginarlo y escribirlo, intento vivirlo y escribirlo. Porque me encantaban todos mis cuentos y me enamoraba de cada lugar y de cada personaje, pero hay algo que me gusta mucho más y es inspirar el cuento. Ser realmente el personaje y no sólo imaginarlo.
Es verdad, vivir afuera del papel es mucho más complicado. No todo sale como querés y ser esa persona que siempre quisiste ser es mucho más difícil. Pero todos esos imprevistos, toda esa incertidumbre es justamente lo que lo vuelve interesante. Lo que hace que valga la pena vivirlo y no solamente escribirlo.
Además el papel es fiel como pocas cosas. Está siempre, nunca abandona. Porque cuando vivir todo en carne propia se hace demasiado pesado, el papel siempre me espera para que le cuente lo que me pasa o para que, por un ratito aunque sea, vuelva a ser esa nena de ocho años que vive mil vidas. Para recordarme que siempre que tenga una hoja cerca voy a tener la libertad de decir, hacer y simplemente ser lo que yo quiera. Y más importante, para recordarme que la mejor parte de escribirlo, es poder hacerlo parte de uno y después vivirlo todos los días en carne propia.
jueves, 5 de enero de 2017
Me pasa seguido
Me pasa seguido. Que me río, que lloro, que me enojo, que me alegro, que quiero y que odio. Que siento. Con mucha fuerza y a veces sin querer.
Me pasan mil cosas y pasa que vivo. Y así como soy yo, me pasa que también imagino otro millón de cosas distintas. Pero todavía más me pasa que escribo todas esas cosas que vivo e imagino. Porque soy yo.
Hay gente que canta, que baila, que cuenta, que hace o que simplemente piensa. Y a mí nada más me pasa que escribo lo que me pasó, me pasa o me gustaría que pasara. Porque, otra vez, soy yo. Inevitable y muchas veces sin sentido.
Porque todos somos humanos y a todos nos pasan cosas. Y, de alguna forma, a veces pasamos por lo mismo pero casi siempre nos pasa distinto. Porque somos distintos, reaccionamos distinto.
No sé, a mí me pasa seguido y me pasa así. Confiando que capaz, muy allá en un lugar y futuro lejano, a alguien le pasa seguido también y le pasa como a mí. Si sos vos, y por alguna de esas casualidades que de casualidad no tienen nada, estás leyendo esto: gracias por encontrarme.
Me pasan mil cosas y pasa que vivo. Y así como soy yo, me pasa que también imagino otro millón de cosas distintas. Pero todavía más me pasa que escribo todas esas cosas que vivo e imagino. Porque soy yo.
Hay gente que canta, que baila, que cuenta, que hace o que simplemente piensa. Y a mí nada más me pasa que escribo lo que me pasó, me pasa o me gustaría que pasara. Porque, otra vez, soy yo. Inevitable y muchas veces sin sentido.
Porque todos somos humanos y a todos nos pasan cosas. Y, de alguna forma, a veces pasamos por lo mismo pero casi siempre nos pasa distinto. Porque somos distintos, reaccionamos distinto.
No sé, a mí me pasa seguido y me pasa así. Confiando que capaz, muy allá en un lugar y futuro lejano, a alguien le pasa seguido también y le pasa como a mí. Si sos vos, y por alguna de esas casualidades que de casualidad no tienen nada, estás leyendo esto: gracias por encontrarme.
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