Lo peor de perderse es no poder encontrarse. Saberse perdido pero no saber cómo volver. Porque aunque a veces ser otra persona parezca una idea excelente, vivir en la piel de alguien más a la larga no funciona. Es intentar hacer lo que a uno siempre le gustó y simplemente no poder hacerlo. Querer sentir cómo se sentía antes y no encontrar ni rastro de algo parecido. Sin registro de que una persona que no fuese la del personaje presente hubiese existido alguna vez. Impotencia en su máxima expresión.
De la misma forma, lo mejor de perderse es poder encontrarse. Porque a pesar de los vanos intentos, siempre hay algo que te empuja y te trae de vuelta. Porque en el exterior podemos ponernos millones de caretas diferentes y aparecer en mil escenarios distintos pero lo que queda atrás de la máscara es siempre lo mismo. Y no hay nada mejor que poder encontrar la escalera para bajar dos minutos del escenario y desatar el nudo para dejar la careta de vuelta en el cajón.
Soñamos todos los días con ser personas distintas, en pieles y lugares diferentes. Pero cuando no nos reconocemos a nosotros mismos, terminamos dándonos cuenta de lo que en realidad es obvio. Que nuestra esencia nos acompaña a todos lados y hace que no haya nada mejor que estar en la piel de uno. Porque, sin importar cuán dramática y desesperante se pueda poner la obra, la cara propia es la careta que mejor nos queda.
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