jueves, 16 de febrero de 2017

Mil vidas

De chiquita escribía cuentos. Millones. Sobre todas esas cosas que, por diversas razones, no podía vivir en carne propia. Era como tener mil vidas y ser mil personas diferentes. Imaginar cosas imposibles y hacerlas posibles en una hoja. Casi como magia.

Vivía más en el papel que en el cuerpo. Era más divertido, más fácil. Todo era mágico y las cosas siempre salían como yo quería. El papel nunca exigía nada y nunca me limitaba. Podía ser lo que quisiera, cómo quisiera y cuándo quisiera.

Un día, casi sin darme cuenta, ya no escribía más. Estaba demasiado ocupada volviendo a mi vida afuera del papel, que todos esos personajes y mundos fantásticos quedaron como imágenes de una vida que se vivía como la mejor en el papel y en mi cabeza.

Otro día, también casi sin darme cuenta, volví a escribir. Pero ya no escribía cuentos. Aunque sea no inventados. Escribía sobre lo que vivía, lo que sentía, lo que pensaba. Porque el papel seguía dándome la libertad que en el cuerpo nunca tuve. De decir eso que no se llega a decir con la voz pero sí por escrito.

A veces lo extraño. Escribir historias fantásticas donde soy exactamente esa persona que me muero por ser y vivo justo eso que me muero por vivir. Un papel en donde soy y tengo todo eso que más quiero.

Pero al mismo tiempo no. Porque ahora en lugar de imaginarlo y escribirlo, intento vivirlo y escribirlo. Porque me encantaban todos mis cuentos y me enamoraba de cada lugar y de cada personaje, pero hay algo que me gusta mucho más y es inspirar el cuento. Ser realmente el personaje y no sólo imaginarlo.

Es verdad, vivir afuera del papel es mucho más complicado. No todo sale como querés y ser esa persona que siempre quisiste ser es mucho más difícil. Pero todos esos imprevistos, toda esa incertidumbre es justamente lo que lo vuelve interesante. Lo que hace que valga la pena vivirlo y no solamente escribirlo.

Además el papel es fiel como pocas cosas. Está siempre, nunca abandona. Porque cuando vivir todo en carne propia se hace demasiado pesado, el papel siempre me espera para que le cuente lo que me pasa o para que, por un ratito aunque sea, vuelva a ser esa nena de ocho años que vive mil vidas. Para recordarme que siempre que tenga una hoja cerca voy a tener la libertad de decir, hacer y simplemente ser lo que yo quiera. Y más importante, para recordarme que la mejor parte de escribirlo, es poder hacerlo parte de uno y después vivirlo todos los días en carne propia.

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