Alguien que me explique por qué nos arrastramos por amor. Y no me refiero a arrastrarnos por el amor de nuestra vida, sino a correr a gente que en realidad ni siquiera conocemos por un poco de cariño.
Personalmente, y en los últimos días, me veo a mí y, particularmente a las adolescentes que me rodean, desesperadas por que nos quieran. Aunque sea un beso, un chamuyo, un minuto de bola. Y soy una piba cualquiera y me pasa como a todas que me encanta que me presten atención y me quieran. No importa que sea sólo por un rato.
Pero lo que no logro entender, es cuándo fue y por qué llegamos al punto de ser capaces de hacer cosas humillantes, cosas que consideraríamos patéticas si otras personas las hiciesen, única y exclusivamente para conseguir que gente que ni siquiera sabe nuestros nombres nos de bola.
Entiendo que es algo casi instintivo, el buscar un poco de cariño, y entiendo lo lindo que es que nos presten atención un ratito como mínimo. Y sí, Romeo también la tuvo que remar para que Julieta le diera bola, con las piedras en la ventana y hablándole hacia el balcón para conseguir que la quiera tanto como él la quería a ella. Pero Romeo la quería para toda la vida a Julieta y acá solo hablamos de un rato. Porque con eso ya nos conformamos. O porque creemos que si sumamos todos los ratitos que conseguimos con esa persona vamos a conseguir un amor que dure más, no sé si para toda la vida, pero más de lo que duran esas breves dosis de cariño por separado.
El problema también es que está todo desvalorizado. Comparar con Romeo y Julieta se vuelve una idiotez porque los amores para toda la vida en la actualidad ya casi resultan impensables, porque la vida desgasta y nos hace conocer a más personas que nos alejan del famoso "amor eterno". Pero, ¿y esas parejas de abuelos que sí duraron para toda la vida? ¿Dónde quedó ese tipo de amor? ¿Es que lo perdimos en la desesperación por encontrar cariño como fuese y en la forma que fuese? ¿O es que simplemente ya estamos demasiado cansados de los problemas como para pelear por algo que creemos que es de cuento, pero que claramente en algún momento existió?
Y no niego que los amores fugaces suelen ser los que están más llenos de energía, pero pienso en cómo quiero que sea mi vida en cuarenta años y quiero que sea al lado de una persona a la que quiera y que me quiera y no tener que seguir rogando amor. No me quiero acostumbrar al cariño de una noche, no me quiero conformar con pibes sin nombre y un chamuyo que se lleva el viento.
Y sí, recién tengo diecisiete años, con toda una vida por delante y sé que probablemente ni siquiera debería importarme si no conozco al amor de mi vida mañana. Pero no quiero esperar a tener cincuenta años para darme cuenta que todo ese cariño de noches, no es una promoción acumulable. Que no necesariamente lleva a un amor más duradero porque no necesariamente la otra persona busca lo mismo. Porque en la actualidad, estar en una relación seria antes de los veinte años es considerado casi como una locura, porque supuestamente te impide vivir tu adolescencia al máximo, te encierra ¿Cuándo se nos metió a la cabeza esta idea, de que chapar con millones de pibes y tener infinitas pequeñas dosis de cariño es mejor que estar con una persona que nos conoce y nos quiere mucho más que cualquiera de todos esos pibes juntos?
Capaz pasó cuando la gente se empezó a cansar, y las relaciones serias se empezaron a ir a la basura por idioteces. Y, naturalmente, eso duele mucho más que perder a un chabón con el que estuviste sólo un par de noches así que, para qué, ¿no? ¿Para qué meterse en algo que probablemente termine mal, porque parejitas de abuelos con cincuenta años de casados hay cinco en un millón y las probabilidades juegan en contra?
O capaz fue que de repente con la desvalorización de todo, nos empezamos a desvalorizar a nosotros, y tenemos la autoestima tan baja que necesitamos que nos chamuyen para sentirnos mejor con nosotros y recordarnos que no estamos tan mal. Aunque sea para alguien.
La verdad es que no sé si fue la visión frustrada de Romeo y Julieta, el hecho de que los adolescentes estamos desesperados por vivir toda nuestra vida en cinco años, el cansancio o la falta de amor propio. Pero lo que sí sé, es que no quiero desperdiciar lo que todo el mundo llama la mejor etapa de mi vida, corriendo atrás de pibes a los que no les voy a importar a la mañana, conformándome y creyendo que una piba que está con mil flacos en una noche está viviendo más que una que decidió no estar con nadie porque está de novia y no lo quiere cagar.
"Porque todos, toditos, tenemos algo que decir a los demás, alguna cosa que merece ser por los demás celebrada o perdonada" -Eduardo Galeano
jueves, 11 de febrero de 2016
martes, 9 de febrero de 2016
Caer y vivir. De verdad.
¿Alguna vez tuvieron ese sentimiento de tocar fondo? No solo el largarse a llorar por lo que podría considerarse una recaída emocional. Me refiero más a ese sentimiento de tocar fondo cuando las circunstancias son tan tristes y humillantes que llegas a creer que eso es lo más bajo que podrías llegar a caer.
Hace poco viví como nunca ese sentimiento. Y creo fervientemente que es una consecuencia de tomar mucho de golpe. Y no hablo solamente de tomarse una botella de vodka de golpe. Tomar todo de golpe en el sentido de vivir mucho en muy poco tiempo.
Así como está el sentimiento de tocar fondo está el de tocar el cielo con las manos, con la punta de los dedos. Y creo que ese es el momento en el que verdaderamente vivimos. Donde sentimos todo y somos consciente de cada nervio, de cada cosa, de cada persona y de cada fibra de nosotros y del resto, muy a pesar de cuales sean las circunstancias. Por más variadas que estás puedan ser.
Por eso creo que la verdadera tocada de fondo llega cuando estamos en lo más alto. Como si necesitasemos el empuje de todo el trayecto de caída para llegar tan abajo. Y mientras más alto llegamos, más profunda y dura es la caída.
Por eso también creo que de uno depende. Si uno prefiere vivir y llegar lo más alto que pueda, sabiendo que mientras más alto suba más bajo va a caer. O si uno prefiere mantenerse en su "zona de comfort" siempre, sabiendo que la caida que pueden recibir es siempre soportable.
La segunda opción sería la mejor para cualquier persona con un poco de sentido común. Pero para una persona con un sentido de vida, que tuvo ese sentimiento de tocar el cielo con las manos aunque sea una vez, no caben dudas. Cualquier caída vale cada segundo vivido de verdad.
Hace poco viví como nunca ese sentimiento. Y creo fervientemente que es una consecuencia de tomar mucho de golpe. Y no hablo solamente de tomarse una botella de vodka de golpe. Tomar todo de golpe en el sentido de vivir mucho en muy poco tiempo.
Así como está el sentimiento de tocar fondo está el de tocar el cielo con las manos, con la punta de los dedos. Y creo que ese es el momento en el que verdaderamente vivimos. Donde sentimos todo y somos consciente de cada nervio, de cada cosa, de cada persona y de cada fibra de nosotros y del resto, muy a pesar de cuales sean las circunstancias. Por más variadas que estás puedan ser.
Por eso creo que la verdadera tocada de fondo llega cuando estamos en lo más alto. Como si necesitasemos el empuje de todo el trayecto de caída para llegar tan abajo. Y mientras más alto llegamos, más profunda y dura es la caída.
Por eso también creo que de uno depende. Si uno prefiere vivir y llegar lo más alto que pueda, sabiendo que mientras más alto suba más bajo va a caer. O si uno prefiere mantenerse en su "zona de comfort" siempre, sabiendo que la caida que pueden recibir es siempre soportable.
La segunda opción sería la mejor para cualquier persona con un poco de sentido común. Pero para una persona con un sentido de vida, que tuvo ese sentimiento de tocar el cielo con las manos aunque sea una vez, no caben dudas. Cualquier caída vale cada segundo vivido de verdad.
domingo, 7 de febrero de 2016
Enganche de mentira
¿Y qué si me enganché? ¿Y qué si me enganché con algo que en realidad nunca existió, que siempre fue ilusión mía?
Desgraciadamente, para mí y para muchas personas con el mismo nivel de creatividad y sentimentalismo, es casi imposible evadir el enganche. Lo único que necesito es que me den un poco de bola para terminar imaginando el casamiento, los hijos, la casa en la costa y el regalo del primer aniversario. Y el problema es que capaz la cosa quedaba en algo de dos o tres noches pero a mí nunca me alcanza. Creo que cuando a uno le gusta (o mínimo, interesa) una persona, nada de lo que se tiene en ese momento es suficiente.
Pero, ojo, mi imaginación y yo sólo nos hacemos parcialmente responsables del famoso enganche. El resto se lo agradecemos a Disney y a Cris Morena por criarnos creyendo en algo que con los años se deformó (si es que alguna vez existió). Porque al final, no tengo ni beso bajo la lluvia ni declaración de amor eterno ni nada medianamente parecido a lo que me prometieron toda la vida.
Pero, más que nada, le echo la culpa a él por darme bola. Por todos los chamuyos y sonrisas que prometían más de lo que cumplieron y que inevitablemente encendieron mi imaginación.
Por todo eso y porque es más fácil culpar al resto del mundo que aceptar que terminé cayendo en el mismo enganche de mentira.
Desgraciadamente, para mí y para muchas personas con el mismo nivel de creatividad y sentimentalismo, es casi imposible evadir el enganche. Lo único que necesito es que me den un poco de bola para terminar imaginando el casamiento, los hijos, la casa en la costa y el regalo del primer aniversario. Y el problema es que capaz la cosa quedaba en algo de dos o tres noches pero a mí nunca me alcanza. Creo que cuando a uno le gusta (o mínimo, interesa) una persona, nada de lo que se tiene en ese momento es suficiente.
Pero, ojo, mi imaginación y yo sólo nos hacemos parcialmente responsables del famoso enganche. El resto se lo agradecemos a Disney y a Cris Morena por criarnos creyendo en algo que con los años se deformó (si es que alguna vez existió). Porque al final, no tengo ni beso bajo la lluvia ni declaración de amor eterno ni nada medianamente parecido a lo que me prometieron toda la vida.
Pero, más que nada, le echo la culpa a él por darme bola. Por todos los chamuyos y sonrisas que prometían más de lo que cumplieron y que inevitablemente encendieron mi imaginación.
Por todo eso y porque es más fácil culpar al resto del mundo que aceptar que terminé cayendo en el mismo enganche de mentira.
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