Todos tenemos nuestros papeles abollados. Nuestros borradores de Word, nuestras anotaciones en el margen del cuaderno de apuntes o nuestros versos en el ticket del supermercado. Esas ideas que parecían únicas pero que al plasmarlas en papel pierden la magia y, de repente, es como si no tuviesen el suficiente potencial. Son esos papeles que la mayoría de las veces ni nos gastamos en terminar porque nos damos cuenta que no tiene sentido, que no va a salir como queremos.
Lo bueno es cuando no tiramos los papeles abollados. Cuando nos decidimos a ordenar y entre libros, carpetas y cosas de las que casi ni nos acordábamos, aparece un papel abollado sin precedente. Todo abollado y arrugado, con la tinta medio gastada y con una letra que ya casi ni se entiende.
Y nos sentamos, llevados por la curiosidad y por tomar un descanso de la horrible tarea de ordenar, y nos ponemos a leer el papel abollado. Y hacemos memoria de la idea que tuvimos y de la frustración que causó en su momento. Pero ya es tarde, ya tenemos la idea de vuelta comiéndonos la cabeza. Vamos con el nuevo cuaderno e intentamos otra vez con la misma idea.
Después de este punto pueden pasar dos cosas, o el papelito se convierte en un escrito medianamente decente, o lleva a otro papelito arrugado. Un papelito que vamos a abollar y vamos a perder en el mismo cajón y que probablemente vayamos a encontrar cuando nos volvamos a dignar a ordenar. El círculo vicioso de los papelitos abollados.
Usamos al papelito como sinónimo de idea inmadura o frustrada. Idea que, con suerte, vamos a retomar en el futuro y que, con más suerte, va a ser algo que valga la pena. Pero todavía no. Y, ante el cariño hacia la idea, no lo tiramos. Lo hacemos un tierno e irregular bollito que queda en algún lugar desconocido, esperando a ser encontrado, entendido y escrito. Esperando a ser un pensamiento finalmente plasmado. Esperando a ser algo más que un despreciado papelito abollado. Esperando a ser reconocido. Porque el papelito abollado es la idea en su máxima expresión.
Y sin eso, en realidad, no tenemos nada.
"Porque todos, toditos, tenemos algo que decir a los demás, alguna cosa que merece ser por los demás celebrada o perdonada" -Eduardo Galeano
lunes, 18 de mayo de 2015
sábado, 9 de mayo de 2015
"Caprichos"
Quiero libertad.
Quiero tener mi casa, mi título, mi trabajo y mis ingresos.
Quiero poder comprarme esas botas negras que a mi mamá no la convencen pero a mí me encantan.
Quiero salir a comer afuera. Pero cuando yo quiera. Y a un lugar que me guste, no a esos lugares desconocidos que suelen elegir los padres.
Quiero poder pasarme el día en mi cuarto, viendo películas o leyendo. O poder pasarme el día paseando por las calles abarrotadas de gente. Depende de cómo me despierte.
Quiero tener un auto y saber manejar para poder salir a dar vueltas con la radio que me gusta a todo lo que da cuando tenga ganas.
"Si vivieses con tu abuelo..." Pero mi abuelo es mi abuelo y no vivo con él. Gracias a Dios, la gente crece, la sociedad progresa y yo no soy vos hace veinte años. Así que no. Eso no es argumento.
Parezco una nena caprichosa. Capaz tengo un poco de caprichosa. Pero simplemente no entiendo ¿Por qué tengo que desperdiciar los que supuestamente son los mejores años de mi vida, siguiendo el ritmo y los gustos ajenos? ¿Por qué me tengo que limitar a asentir con la cabeza y hacer las cosas más fáciles para el resto?
Ya sé, todo no se puede. Pero no sé. No me convence a veces.
Honestamente, me parece injusto.
Quiero tener mi casa, mi título, mi trabajo y mis ingresos.
Quiero poder comprarme esas botas negras que a mi mamá no la convencen pero a mí me encantan.
Quiero salir a comer afuera. Pero cuando yo quiera. Y a un lugar que me guste, no a esos lugares desconocidos que suelen elegir los padres.
Quiero poder pasarme el día en mi cuarto, viendo películas o leyendo. O poder pasarme el día paseando por las calles abarrotadas de gente. Depende de cómo me despierte.
Quiero tener un auto y saber manejar para poder salir a dar vueltas con la radio que me gusta a todo lo que da cuando tenga ganas.
"Si vivieses con tu abuelo..." Pero mi abuelo es mi abuelo y no vivo con él. Gracias a Dios, la gente crece, la sociedad progresa y yo no soy vos hace veinte años. Así que no. Eso no es argumento.
Parezco una nena caprichosa. Capaz tengo un poco de caprichosa. Pero simplemente no entiendo ¿Por qué tengo que desperdiciar los que supuestamente son los mejores años de mi vida, siguiendo el ritmo y los gustos ajenos? ¿Por qué me tengo que limitar a asentir con la cabeza y hacer las cosas más fáciles para el resto?
Ya sé, todo no se puede. Pero no sé. No me convence a veces.
Honestamente, me parece injusto.
viernes, 8 de mayo de 2015
Miradas cruzadas
Siempre tuve un tipo de obsesión con los ojos, las miradas en particular. Siempre me sorprendió lo mucho que se puede transmitir con mirar a una persona a los ojos un segundo. A veces ni siquiera es necesario conocer a la persona para ver alguna de las tantas cosas que le puede estar cruzando por la cabeza en ese momento.
Alcanza con mirar a una amiga para saber que piensa lo mismo que vos respecto al comentario totalmente fuera de lugar que acaba de mandar una de las chicas en el curso.
Alcanza una mirada cómplice con la compañera de banco para saber que ninguna de las dos entendió un carajo de lo que acaba de explicar la profesora porque las dos estaban en cualquiera.
Alcanza con cruzar los ojos con una persona en la calle para saber que esta llegando tarde a algún lado o que se olvidó algo de suma importancia en la casa.
Alcanza con quedarse mirando a un pibe más de cinco segundos para saber que los dos piensan aproximádamente lo mismo.
Alcanza con mirar al tipo en el colectivo que escucha música a todo lo que da para hacerle entender que o se pone auriculares o lo apaga.
Obviamente este sistema no siempre funciona. A veces pensamos que sabemos qué es lo que la otra persona esta pensando y capaz nada que ver. Pero supongo que lo bueno de las miradas es que cada uno interpreta lo que quiere y que, la mayoría de las veces, eso que cada uno interpretó no se pone en común. Es decir, que uno nunca va a saber si eso que creyó leer en los ojos de la otra persona era cierto o no. Uno nunca va a saber si lo que leyó la otra persona en sus propios ojos, era lo que en realidad estaba pensando. Pero, en la mayoría de las miradas, casi siempre podemos ver un brillo, podemos sentir un algo que nos asegura que lo que pesamos respecto a esa mirada y a lo que esa persona piensa es cierto. Esa conexión que hacemos con la otra persona.
Capaz a la persona no la viste nunca en tu vida y, muy probablemente, no la vuelvas a ver más. Pero, por esos segundos que dura la mirada es como si de repente la conocieras y pudieses entender como es y como se siente.
Capaz a la persona la conocemos de toda la vida y se hace más fácil entender que es lo que te transmite con la mirada. Ya ni es necesario usar la voz porque con los ojos alcanza.
¿Soy la única que encuentra totalmente fascinante como una persona puede hablar con otra sin emitir ni un sonido? ¿Sin decir ni una palabra?
E incluso aunque esa interpretación de la mirada sea errónea, nos deja algo y eso vale igual. Hay miradas que te ayudan a respirar, miradas que te ahogan, miradas que acompañan, miradas cómplices, miradas comprensivas, miradas que enamoran, miradas que matan, miradas arrepentidas y miradas seguras. Son infinitas las opciones así como son infinitas las cantidades de personas con las que cruzamos miradas a lo largo de nuestra vida.
Cada día creo más que los ojos son las puertas del alma. Cada vez que mirás a alguien a los ojos, esa persona te deja algo de sí mismo y vos le dejás algo tuyo. Sin importar cuán miserable o carente de importancia podamos creer que sea. La persona te deja un pedacito de su ser y vos le das uno tuyo a cambio. Cuando mirás una persona a los ojos no importa más nada. Son los dos lo mismo. Somos todos lo mismo.
Y eso es lo que me resulta más fascinante.
Alcanza con mirar a una amiga para saber que piensa lo mismo que vos respecto al comentario totalmente fuera de lugar que acaba de mandar una de las chicas en el curso.
Alcanza una mirada cómplice con la compañera de banco para saber que ninguna de las dos entendió un carajo de lo que acaba de explicar la profesora porque las dos estaban en cualquiera.
Alcanza con cruzar los ojos con una persona en la calle para saber que esta llegando tarde a algún lado o que se olvidó algo de suma importancia en la casa.
Alcanza con quedarse mirando a un pibe más de cinco segundos para saber que los dos piensan aproximádamente lo mismo.
Alcanza con mirar al tipo en el colectivo que escucha música a todo lo que da para hacerle entender que o se pone auriculares o lo apaga.
Obviamente este sistema no siempre funciona. A veces pensamos que sabemos qué es lo que la otra persona esta pensando y capaz nada que ver. Pero supongo que lo bueno de las miradas es que cada uno interpreta lo que quiere y que, la mayoría de las veces, eso que cada uno interpretó no se pone en común. Es decir, que uno nunca va a saber si eso que creyó leer en los ojos de la otra persona era cierto o no. Uno nunca va a saber si lo que leyó la otra persona en sus propios ojos, era lo que en realidad estaba pensando. Pero, en la mayoría de las miradas, casi siempre podemos ver un brillo, podemos sentir un algo que nos asegura que lo que pesamos respecto a esa mirada y a lo que esa persona piensa es cierto. Esa conexión que hacemos con la otra persona.
Capaz a la persona no la viste nunca en tu vida y, muy probablemente, no la vuelvas a ver más. Pero, por esos segundos que dura la mirada es como si de repente la conocieras y pudieses entender como es y como se siente.
Capaz a la persona la conocemos de toda la vida y se hace más fácil entender que es lo que te transmite con la mirada. Ya ni es necesario usar la voz porque con los ojos alcanza.
¿Soy la única que encuentra totalmente fascinante como una persona puede hablar con otra sin emitir ni un sonido? ¿Sin decir ni una palabra?
E incluso aunque esa interpretación de la mirada sea errónea, nos deja algo y eso vale igual. Hay miradas que te ayudan a respirar, miradas que te ahogan, miradas que acompañan, miradas cómplices, miradas comprensivas, miradas que enamoran, miradas que matan, miradas arrepentidas y miradas seguras. Son infinitas las opciones así como son infinitas las cantidades de personas con las que cruzamos miradas a lo largo de nuestra vida.
Cada día creo más que los ojos son las puertas del alma. Cada vez que mirás a alguien a los ojos, esa persona te deja algo de sí mismo y vos le dejás algo tuyo. Sin importar cuán miserable o carente de importancia podamos creer que sea. La persona te deja un pedacito de su ser y vos le das uno tuyo a cambio. Cuando mirás una persona a los ojos no importa más nada. Son los dos lo mismo. Somos todos lo mismo.
Y eso es lo que me resulta más fascinante.
domingo, 3 de mayo de 2015
A la corta
Hacémela corta porque a la larga no duro. A la larga me entorpezco, me desaliento y me aburro. Nunca fui buena para lo que dura demasiado.
Las historias a la larga se me deforman, se vuelven cualquier cosa en el peor de los casos y, en el mejor, nunca las vuelvo a pensar. Las amigas tampoco me suelen durar mucho porque me voy y me pierdo y cuando vuelvo no queda nadie, y con razón. Tuve cuentas en todas las redes sociales y no sociales que te puedas imaginar y ninguna me duro más de un año. Y si duraban, era porque cambiaba de cuenta, porque la renovaba. Hice mil y un actividades. De tenis a pintura, y de patín a danza clásica. He llegado a durar años y a veces solo una semana. Si hablo mucho me entorpezco se me chocan las palabras y me voy por las ramas.
Lo que pasa es que me aburro. Y me aburre lo aburrido y me aburre aburrirme. Y lo que antes era interesante a la larga se hace aburrido. Entonces cambio. Cambio para hacerlo entretenido. Cambio constantemente y lo que no cambia conmigo se queda atrás (desgraciadamente, a veces). Cambio sin pensar, sin meditar, ya ni siquiera me doy cuenta. Veo algo que me gusta y cambio. Lo que me gustaba ya no me interesa y me interesa esto. Y ya no me interesa más.
Un día me despierto rutinaria y al otro día quiero tomarme un micro y no volver nunca. Un día me pongo melancólica y al otro día quiero tirar la toalla y empezar de cero. Un día te quiero y al otro no te puedo ver ni en figurita. Un día te pienso y al otro te olvido. Un día te escribo y al otro te borro.
Me pierdo a mí misma y no me entiendo, no me conozco, porque conmigo vivo a la larga y me pierdo.
Así que, haceme un favor y hacela corta. Haceme corta. Que dure menos que un pestaneo pero que valga. Porque si la cantidad no hace a la calidad, seguro que la duración tampoco.
No me hagas un poema, haceme un verso. No me hagas una novela, haceme una palabra. No me hagas eterna, haceme limitada. No me hagas de una hora, haceme de diez minutos. Lo que más te guste. Haceme mil veces pero haceme a la corta.
A los otros hacelos como prefieras. Hacelos eternos o infinitos si querés. Pero a mí haceme corta y concisa. Haceme como esos sentimientos que te llegan de golpe y se van todavía más rápido que como llegaron.
Haceme a la corta porque a la larga es lo único que dura.
Las historias a la larga se me deforman, se vuelven cualquier cosa en el peor de los casos y, en el mejor, nunca las vuelvo a pensar. Las amigas tampoco me suelen durar mucho porque me voy y me pierdo y cuando vuelvo no queda nadie, y con razón. Tuve cuentas en todas las redes sociales y no sociales que te puedas imaginar y ninguna me duro más de un año. Y si duraban, era porque cambiaba de cuenta, porque la renovaba. Hice mil y un actividades. De tenis a pintura, y de patín a danza clásica. He llegado a durar años y a veces solo una semana. Si hablo mucho me entorpezco se me chocan las palabras y me voy por las ramas.
Lo que pasa es que me aburro. Y me aburre lo aburrido y me aburre aburrirme. Y lo que antes era interesante a la larga se hace aburrido. Entonces cambio. Cambio para hacerlo entretenido. Cambio constantemente y lo que no cambia conmigo se queda atrás (desgraciadamente, a veces). Cambio sin pensar, sin meditar, ya ni siquiera me doy cuenta. Veo algo que me gusta y cambio. Lo que me gustaba ya no me interesa y me interesa esto. Y ya no me interesa más.
Un día me despierto rutinaria y al otro día quiero tomarme un micro y no volver nunca. Un día me pongo melancólica y al otro día quiero tirar la toalla y empezar de cero. Un día te quiero y al otro no te puedo ver ni en figurita. Un día te pienso y al otro te olvido. Un día te escribo y al otro te borro.
Me pierdo a mí misma y no me entiendo, no me conozco, porque conmigo vivo a la larga y me pierdo.
Así que, haceme un favor y hacela corta. Haceme corta. Que dure menos que un pestaneo pero que valga. Porque si la cantidad no hace a la calidad, seguro que la duración tampoco.
No me hagas un poema, haceme un verso. No me hagas una novela, haceme una palabra. No me hagas eterna, haceme limitada. No me hagas de una hora, haceme de diez minutos. Lo que más te guste. Haceme mil veces pero haceme a la corta.
A los otros hacelos como prefieras. Hacelos eternos o infinitos si querés. Pero a mí haceme corta y concisa. Haceme como esos sentimientos que te llegan de golpe y se van todavía más rápido que como llegaron.
Haceme a la corta porque a la larga es lo único que dura.
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