domingo, 15 de marzo de 2020

Bombón asesino

Al lado de mi casa hay un duplex bastante deplorable. Paredes de ladrillo con partes pintadas en un color que debió haber sido blanco cuando lo pintaron hace posiblemente más de veinte años. A uno de los dueños, nunca jamás lo vimos ni lo escuchamos. Al otro simplemente teníamos el placer de escucharlo toser por las noches. Hasta noviembre del año pasado.

Con el comienzo del calor y la temporada de pileta, un mediodía de domingo empezamos a escuchar un variado repertorio de música a todo volumen que iba desde Ozuna hasta Sandro, pasando por Marta Serra Lima y Tini. Fue ahí que descubrimos que la ventana del vestidor de mi mamá daba justo a su patio. Y ahí pudimo,s por fin, ponerle rostro a la tos que nos impedía dormir desde hace años.

Nuestro vecino, que descubrimos rondaba por los sesenta y largos años, se paseaba en malla alrededor de la pelopincho que había colocado en el patio. Era alto y delgado, solo con una inevitable panza cervecera. Tenía el cabello claramente teñido con un rubio casi tan llamativo como el de Susana Gimenez, la piel pálida después de todos los meses de invierno y cara de pocos amigos.

No estaba solo, por supuesto. Una mujer bajita unos veinte años menor que él, con el cabello teñido de un rojo furioso, una bikini desgastada con flores de varios colores y unas piernas regordetas cubiertas de una mezcla de estrías y celulitis lo acompañaba.

Con la música de fondo, ella posaba frente a la pelopincho como si estuviese en la mismísima pileta de un all inclusive en Playa del Carmen y él se contorsionaba tanto como su artrosis le permitía para lograr la mejor foto posible.

Desde ese día en adelante, no hubo un solo domingo en que no repitieran esa rutina. Ambos fielmente junto a la pelopincho con la música lo suficientemente fuerte como para molestar ya no solo a todo el barrio sino a toda la ciudad. Nadaban, leían el diario, tomaban cerveza, jugaban a las cartas o bailaban. Todos los domingos una actividad diferente pero religiosamente ahí.

Hoy, primero de Marzo, la escena es igual. Él sentado en una silla de plástico con cerveza en mano leyendo el diario después de nadar como si estuviese en una pileta olímpica. Ella recostada sobre una silla igual con los ojos cerrados, intentando adueñarse de los últimos rayos de sol del verano. De fondo, "Bombón Asesino" de Los Palmera musicalizaba la escena.

"Al final, acá estamos mejor que en Mar del Plata" los escuchamos coincidir a los dos uno de esos tantos domingos.

Mi hermana se paseaba por la casa acentuando lo bizarro de toda la situación, con las sillas de plástico, el duplex corroído y la pelopincho desgastada. Sacaba una foto de tanto en tanto y se la mandaba a sus amigas para compartir el chiste.

Mi mamá simplemente se quejaba de la música y repetía domingo tras domingo, que si la mujer no se compraba una malla nueva, le iba a regalar una para las próximas fiestas.

"Yo los admiro, la verdad" Fue lo único que atiné a decir hoy durante el almuerzo. Y tal vez a su pesar, mi hermana y mi mamá coincidieron.

Cualquiera podría catalogar la escena como bizarra o incluso marginal. Era cierto que parecía que las paredes estaban a punto de caerse, que la malla de ella ya estaba toda decolorada y que el agua de la pileta de tanto en tanto se volvía verde. Pero también era innegable la felicidad que tenían cada vez que se los veía bailando un tema de Rodrigo, brindando con sus latas de cerveza o nadando como si estuvieran en el mar caribe.

Ojalá pudiésemos poner la música que nos gusta al palo, sin pensar en qué dirán los demás. Ojalá pudiésemos conformarnos y ser felices con una pelopincho en lugar de pasarnos la vida deseando estar en el Caribe.

Sí, la escena era digna de una película de comedia de Suar. Pero la realidad es que, detrás de toda la risa que pueda causar, en el fondo creo que a todos nos gustaría tener la felicidad de mis vecinos. Con o sin pelopincho.

domingo, 8 de marzo de 2020

Feliz día

Mi hermana de ocho años, me cuenta, que no le gusta ir al colegio porque ahí las chicas la cargan. Dicen que es fea por usar lentes, aparatos, tener panza y no estar de novia.

Mi prima de once años llora, porque en los locales de ropa de moda, ninguno de los talles le queda.

Mi ahijada de quince me llamó llorando a la salida de una fiesta. Un compañero le había dicho a todos sus amigos que era una histérica, porque ella no lo había dejado tocarla.

Mi hermana de diecisiete me contó, que el ex de una amiga de ella hizo virales los nudes que ella le mandaba cuando estaban de novios.

A la hija de veinte del portero, nos contaron el otro día, la tuvieron internada las últimas dos semanas. Resulta que casi se muere por un aborto mal practicado en una clínica clandestina.

A una amiga de veintidós el novio le pegó una piña el sábado pasado porque había vuelto en pedo de bailar con las amigas. Ella lo perdonó, porque él le dijo que había sido sin querer, por la bronca, porque él solo quería cuidarla.

La hija de veinticinco de un amigo de la familia, se fue de vacaciones al sur con las amigas dos semanas. Ayer nos llamaron desesperados porque hace dos días, nadie sabe nada de ninguna.

A la vecina de treinta, nos enteramos, el marido la dejó por una de veinte. Ahora ella cría a sus tres hijos sola sin siquiera recibir un peso de la cuota de alimentos.

La pareja de mi papá de cuarenta, cobra un sueldo mucho menor que su compañero a pesar de que trabajan las mismas horas, en el mismo lugar y compartiendo las mismas tareas.

A mi mamá de cincuenta la descartaron para un ascenso por tener hijas chicas. Aunque el gerente que eligieron en su lugar es padre de dos nenes recién nacidos.

La señora que limpia en casa de sesenta, llegó llorando el otro día porque un tipo en el bondi se había masturbado al lado de ella.

A mi abuela de setenta, nunca la dejaron estudiar. Su familia le decía que así, no iba a encontrar un tipo nunca. Porque nadie se casaba con una mina que elegía ganarse la vida por su cuenta.

No niego ni afirmo conocer a estas mujeres. No niego ni afirmo escuchar o ver cosas como estas todos los días. No niego ni afirmo haber experimentado en carne propia mucha de estas cosas. 

El patriarcado no sabe de edad. Es más viejo que todos nosotros juntos y nos lastima en lugares y de maneras que, a veces ni siquiera somos capaces de reconocer. Porque nacimos, crecimos y seguimos viviendo dentro de esa cultura que nos enseña que esas cosas están bien y son normales.

Así que hoy no quiero tu feliz día ni tus flores o tus bombones. No quiero ninguna cadena de whatsapp o campaña de marketing berreta apoyando mi lucha. Mucho menos quiero que halagues mis supuestas virtudes femeninas en un mensaje de mil colores.

Quiero un día en el que seamos libres. Un día sin mujeres golpeadas, abusadas o asesinadas. Un día en el que pueda volver a casa sin miedo. Un día en el que caminar por la calle no signifique soportar gritos, chiflidos o "piropos" no deseados. Un día en el que tengamos las mismas oportunidades laborales que cualquier hombre. Un día en el que no escuche comentarios machistas o estigmatizadores en los medios. Un día en el que no tenga que cumplir con un estereotipo imposible de alcanzar. Un día en el que podamos pararnos en el mundo como iguales.

Básicamente quiero un día en el que no sea necesario tener un día para acordarnos de todo esto. Porque de nada sirven 24 horas, si las restantes 8736 van a ser prueba de todo lo contrario. Esta lucha es los 365 días del año y es para derribar una cultura que nos lastima a todos. Porque, sí, nuestras prisiones son muy distintas, pero creo fervientemente que mientras haya alguien encadenado, ninguno va a poder ser realmente libre.