domingo, 11 de noviembre de 2018

Para cuando tengas miedo

No te paralices, no dejes que te rompa. Sí, te podes caer. Sí, puede ser que te rompas en mil pedazos. Pero también puede ser que vueles. También puede ser que vayas cada vez más alto y te descubras más grande que antes de empezar.

No sabés qué va a pasar y, ya sé, en el fondo lo que más te duele es eso, tener que dejarlo todo sin garantías de nada. A veces funciona, a veces no. Pero, ¿quién dijo que la satisfacción está en ganar, en que las cosas salgan bien? Porque, obvio, uno siempre juega para ganar y muchas veces no se considera feliz hasta lograrlo, pero ¿por qué? Si ya haberlo intentado es estar aunque sea un poco más cerca de alcanzarlo.

Jugatela. Ante la duda, siempre jugatela. Porque podés perder, podés ganar, pero, ¿eso a quién le importa? Si al final de cuentas siempre pesa más no animarse. Siempre duele más el "qué habría pasado si" y saber que no pudimos ser más fuertes que la incertidumbre y el miedo a perder.

Yo sé que sos más fuerte que eso. Sé que tenés todo para ganar o para perder y volverlo intentar hasta lograrlo. Yo pongo todas mis fichas en vos, ¿por qué no lo harías con vos mismo?

Pase lo que pase, vas a salir y vas a seguir más fuerte que antes. Así que no juegues por el resultado, jugá por esa adrenalina de animarse. Jugá para demostrarte que podés, que no te tirás atrás.

Porque, al final de cuentas, la felicidad no es de los que pierden pero tampoco de los que ganan. Es de todos los que se arriesgan. Los que son felices porque lograron ser más fuertes que sus dudas y sus miedos. Los que son felices porque saben que, lo hayan logrado o no, están un paso más cerca. Y ganar de verdad es eso, no que las cosas salgan como queremos.

Ya está, pensá menos y dejate sentir un poco más. Dejá de dar vueltas y confiá en vos. Reítele a todos tus miedos en la cara y andá. Sos fuerte, si te llegás a caer te vas a levantar con el doble de la fuerza. Pero nunca vas a perder.

Si te la jugás nunca podes perder porque cuando te arriesgas ya ganás. Y la felicidad de verdad empieza ahí.

sábado, 3 de noviembre de 2018

Devuélvanme la brújula

Siento que dependo del día.
Hay días en los que me siento básica, como si todo, conmigo incluida, fuese una eterna monotonía donde nada realmente pasa.
Otros días todo pasa tan rápido que para cuando me quiero dar cuenta perdí el hilo de la historia.
Tengo días en los que me siento afortunada de ser quien soy y tener lo que tengo,
otros en donde todo parece indicar que lo que soy hoy es solamente resultado de un revés desigual en donde otros se repartieron la vida que desde un principio tendría que haber sido mía.
A veces me despierto sintiéndome tan yo que me dan ganas de abrazarme en mi rareza,
en otros me miro al espejo y me voy a dormir sabiendo que estoy más lejos de entenderme que de ganar la lotería.
Días en los que me siento sola aunque sabiéndome acompañada de gente que me ama.
Noches en las que me veo tan rodeada de personas preocupadas que asfixia y amenaza.
Hay momentos donde me sé la víctima y al mismo tiempo el victimario, porque en ese lío de pensamientos a veces sólo me gustaría dejar de escucharme.
Otros momentos donde lo único que quiero es estar sola conmigo, porque al fin de cuentas en mi quilombo es en lo único en lo que me entiendo.
Hay días donde me siento llena de motivación y días donde todo me da ganas de llorar sin razón aparente.
Días donde quiero todo pero me voy a dormir sin querer más nada.
Otros días donde necesito tener a alguien que me entienda y otros donde me gustaría ser un enigma para el resto.
Son tantos los días y tantas las cosas que poner todo resultaría imposible.
Siento todo y al mismo tiempo nada. Siento que al final, lo único en común con todos esos días es que son menos predecibles que el clima en el 2020.
Porque soy una persona con miles adentro que nunca terminan de aparecer. Soy todo lo que algún día quise ser y al mismo tiempo me reconozco en todo eso que juré que jamás sería.
Me siento perdida dentro de mi misma cuando siento qué mas me conozco.
Tengo melancolía sobre lo que era antes y al mismo tiempo no extraño ni un poco.
Tengo miedo de no poder encontrarme pero todavía más miedo me da no reconocerme una vez que me encuentre.
A la larga, me descubro en un sentimiento de constante contradicción. Capaz porque perdí el hilo que conectaba mis pensamientos, o porque me desconcentré buscando esas cosas que sentía que me faltaban, o simplemente porque en alguna vuelta imperceptiblemente terminé perdiendo la brújula que me guiaba en mí.