miércoles, 9 de mayo de 2018

Enfermos estamos todos

Mariana corta el teléfono con fuerza, apaga la tele, la luz y cierra los ojos como si así en diez segundos pudiese poner en off su cerebro y simplemente dormirse. Era la segunda vez en la semana que Pablo la llamaba y sus primeras palabras eran puteadas. Recién era martes.

"No me traslades tus problemas a mí. Estás mal vos, yo no tengo por qué soportar que me trates así" Era la frase célebre de ella en el último tiempo, pero él parecía no entenderlo. Era simplemente impotente, dejándose llevar por la locura ajena, por los problemas de otro, sus enfermedades, hasta volverlas propias. Echaban a Pablo del trabajo y era como si se lo hicieran a ella, se separaban los padres de él y era como si fuesen los propios. Así con todo.

Él a veces se despertaba con ganas de tirar todo a la basura y en ese intento terminaba descartándola también a ella como quien dispone de un vasito descartable. Al otro día se arrepentía y se descubría llamándola y estaban nuevamente juntos como quien abre de vuelta el tacho y decide que el vaso capaz merece un uso más. Y Mariana seguía ahí, tan sumisa y afecta a sus cambios.

Cortaban una noche y ella lloraba toda su alma. Al día siguiente volvían y ella simplemente no entendía. No entendía por el simple hecho de que entendía todas las razones por las que habían terminado. Era como cuando ves lentamente que el cielo se empieza a poner negro y que, aunque todavía no haya empezado, tarde o temprano va a aparecer una tormenta que haga que el cielo se caiga a pedazos. Acá era así, solo que en vez de tormenta lo único que llegaba era una llovizna y al parar, no volvía a salir el sol sino que las nubes seguían ahí. Como si lo peor todavía estuviera por venir, como si ese sentimiento de angustia de que algo va a salir mal nunca terminara realmente de irse.

Mariana claramente no quería que cortaran. Amaba a Pablo al extremo de no saber quién era sin él. De tanto amor para dar no se dio cuenta que en todo ese tiempo no solo había dado amor sino todo lo que era y tenía para dar. Estaba vacía, sola.

Dejarlo a Pablo sería como dejarse a ella y se sabía incapaz de hacerlo. Porque lo amaba y no sabía lo que era no amarlo. Cuando las cosas estaban bien, la pasaban bien juntos, habían vivido cosas hermosas, pero él ahora estaba pasando un mal momento ¿Las parejas no tienen que estar en las buenas y en las malas? ¿Qué clase de persona era si lo dejaba en su peor momento? ¿Quién determina cuánta basura del amado uno tiene que soportar de la otra persona para poder cantar “basta para mí basta para todos”?

En el fondo ella sabía que tenía que dejarlo. Que irse a dormir todas las noches llorando con el sabor amargo de las puteadas que él le tiraba desde su calentura no le hacía bien. Sabía que él la estaba pasando mal pero también sabía que no tenían que hacerse cargo de todas sus desgracias. Estaba enferma, de amor, de dependencia, de angustia o simplemente enferma con los síntomas de una enfermedad aún por descubrir para la que no es útil ninguna prescripción médica. En el fondo, y muy a su pesar, lo sabía.

Todos estamos un poco enfermos, con algún lado de enfermedad. Pero el enfermo no está del todo enfermo si en algún punto se reconoce en dicha enfermedad. El verdadero enfermo tampoco es aquel que lo ignora completamente, sino aquel que en el fondo es plenamente consciente de ello pero decide ignorarlo. Porque es ahí, en el momento en el que uno pasa a estar realmente enfermo.

Mariana ya no estaba enamorada, estaba enferma. Y, lo que es peor, enamorada de su enfermedad.

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