martes, 17 de julio de 2018

Esquivando piedras se gana la carrera

¿Qué será esto que tenemos las personas de encariñarnos con la piedra con la que nos tropezamos? Porque aunque de los errores se aprende, la mayoría de las veces terminamos dándonos la cabeza contra la pared de vuelta como si en realidad no hubiésemos aprendido nada

¿Cuántas veces te la tenés que dar para entender que algo te hace mal? Uno diría que con una alcanza, dos tal vez, pero hay veces que hasta en la decimoctava seguimos con la sutil esperanza de que capaz el próximo intento es diferente. Que capaz la piedra cambia, después de tanto tropiezo.

Le podes cambiar el nombre, el color, el momento o el ángulo de caída, pero por alguna razón la piedra muchas veces, en el fondo, es siempre la misma. Porque uno aprende, y se repite millones de veces que no va a cometer el mismo error, pero no es hasta que está con el cuerpo en el piso después de tropezar por millonésima vez que descubre que, sin darse cuenta, está en la misma situación que la vez anterior. El problema es que muchas veces preferimos ignorarlo, justificar y decir que no es igual, echarle la culpa al contexto, la distracción o cualquier otra cosa que nos pueda hacer sentir mejor antes que aceptar que caímos de vuelta en los mismos males. Nuestros males. Porque sí, el problema desde el principio es la piedra, pero después de la vigésimo cuarta vez que nos la llevamos puesta, ¿sigue siendo realmente la piedra? ¿O pasamos a ser nosotros que simplemente no somos capaces de dar un paso al costado? ¿A partir de qué tropiezo cambia el foco del problema?

Porque, la realidad, es que la piedra sigue siendo la misma piedra. Inamovible y estoica, esperando a que hagamos algo para pasarla. Y creo que es ahí donde está realmente el problema, en esperar que una simple piedra cambie para nosotros que nos empecinamos en atravesarla cuando probamos millones de veces que es algo imposible.

Para mala suerte de todos, somos nosotros los que tenemos que cambiar, movernos y adaptarnos al paisaje minado. Aprender a dar un paso al costado y darnos cuenta que por más que la golpeemos mil veces, la piedra no va a moverse ni desaparecer. Pero, bueno, el tema está en que aceptar eso y dejar atrás la piedra, muchas veces duele más que golpearse con ella.