Soy esclava de mi cuerpo. Soy esclava de mis defectos y de todas esas cosas de mi vida que no puedo cambiar.
Me niego a creer que soy la única que alguna vez, en un momento cercano a dormirse, deseó que a la mañana siguiente se despertaría en otro cuerpo. En otra vida. No sé si para siempre pero aunque sea por un día. Para ver que se siente no estar siempre discutiendo o llorando por las mismas cosas.
Después me siento una desagradecida. Pienso en todas esas personas que pasan por situaciones mucho más graves a la que yo estoy viviendo y me siento una nena malcriada que no sabe lidiar con lo que le tocó.
Pero, obviamente, uno nunca va a mirar al que está peor que uno. Siempre miramos al que está mejor. Al que aparentemente tiene todo más fácil y al que nunca le pasa absolutamente nada. Como quien dice, "siempre miramos el vaso medio vacío y no medio lleno"
Y, al final, no solo soy esclava de mi cuerpo sino que también soy esclava de mi cabeza. Me persigo constantemente viendo que es lo que no tengo y los demás sí. Nunca agradezco o me fijo en lo que sí tengo. Lo doy por sentado. Ya no importa. Nunca va a ser suficiente si no estoy igual de bien (o mejor) que la persona que tengo al lado.
Soy esclava de mi misma por perseguirme y por todas esas cosas que no puedo cambiar. Ni de mi misma, ni del resto, ni del mundo. Y, honestamente, estoy más cerca de ganar un premio Nobel de la paz que de aprender cómo cortarme las cadenas.